Aprenden a utilizar "escenas" como arma infalible. Padres e hijos son igualmente responsables del clima familiar. La llegada de los niños reformula y condiciona el ambiente familiar. Los hijos no son meros receptores pasivos del comportamiento de los padres. Son elementos claves para el bienestar o malestar familiar. Cuando lo padres andan mal, los hijos también andan mal. Y viceversa.

Cuando llegan los hijos

Los hijos comienzan a “hacerse sentir” desde el momento mismo de su concepción. El esposo y la esposa se convierten en padres y viven un momento muy significativo de sus vidas. El nacimiento de un hijo los cambia y los reacomoda. Generalmente llegan a ese momento con un cúmulo de historias personales, deseos, sueños, propósitos e ideas sobre los métodos educativos. Y el recién nacido llega con su físico, su sexo, su carácter, sus puntos fuertes y sus puntos débiles, para confrontarse con ellos.

Al tomar conciencia de su realidad, el pequeño mundo familiar comienza a inventarse un estilo propio de comunicación. Los niños no son, ciertamente una arcilla que se puede moldear a gusto; nacen con un temperamento bien definido y con reacciones que pueden suscitar respuestas muy diferentes de los padres. Cansados, estresados e invadidos por el temor de haber gestado un niño “difícil”, los padres pagan muchas veces un precio demasiado alto: se culpabilizan, se ponen poco disponibles el uno para el otro, y se distancian entre sí. Se preguntan sobre su capacidad para ser padres y se arriesgan a hacerse recíprocamente responsables de la situación. Así, todo puede desembocar en un desastre.

A medida que crecen, los niños se van dando cuenta del poder que tienen sobre los adultos. Y comienzan a expresar con fuerza sus deseos, aunque sean contrapuestos a los de sus padres. Expresan su enojo a través de “escenas” que aprenden a utilizar como un arma infalible.

El ejemplo más típico es el del supermercado, cuando la madre va a hacer las compras y lleva a su hijo. El niño corre enseguida a la góndola de las golosinas o de los juguetes, mientras la madre se resiste y se opone a comprárselos. Intenta primero el discurso persuasivo: le habla con calma y le explica por qué no es posible comprar cosas superfluas. Pero el niño parece totalmente sordo. Comienza a llorar, a agitarse, a gritar, a contorsionarse. La madre sigue resistiendo. Y el niño contraataca: se tira al piso, grita, se pone colorado casi hasta ahogarse, chilla con todas sus fuerzas. La madre desorientada comienza a dudar de sus razones y llega a la conclusión que un paquete de golosinas no vale todo aquel pandemonio que atrae, de manera desagradable, la mirada de los presentes. Y cede. Cediendo, firma un pacto con el diablo. Crea un precedente. Ahora, la escalada será posible. Se siente culpable y desesperada. Se siente débil, incompetente y desarmada frente al arma fatal manipulada por su hijo.

La manera de ser padres.
¿Cómo ser padres de hijos inquietos? El temperamento y el comportamiento del niño desencadenan una amplia gama de emociones en los adultos, padres, educadores, animadores, médicos, amigos, que se cruzan en su camino. Es fácil intuir que los niños que no aprenden a controlarse corren el riesgo de acabar en el grupo de “los vencidos” y ser marcados como pendencieros.

Lo primero es que los padres se mantengan unidos: la unión hace la fuerza de la educación, y los padres podrán superar las dificultades si tienen una buena comunicación entre ellos y se abren a compartir sus dificultades con sus amigos o con otros parientes. Tienen que aceptar serenamente que lo que les sucede no es culpa de ellos y que, en ciertos casos, es el temperamento del niño que irrumpe. Si se trata solo de un niño que todavía no sabe controlarse, aprenderá a hacerlo si alguien lo ayuda. Si un adulto logra contar hasta diez y ayudar a un niño a volver sobre sí mismo y sentirse menos lacerado por sus enojos, probablemente acabará tranquilizándose.

Los adultos tienen que permanecer calmos y no dejarse superar por las emociones de los niños, de manera que también ellos puedan ceder ante la tentación del enojo. Los enojos no tienen nada en común con la razón. Muchos padres quieren bloquear inmediatamente las experiencias desagradables y, en lugar de tomar la necesaria distancia del estado del niño -premisa indispensable para poder ayudarlo- se dejan arrastrar al conflicto. Es más fácil ceder a la irritación que tomar conciencia de que el niño está sufriendo y necesita ser tranquilizado y contenido.

Mantener el orden exige una cierta firmeza, y también una moderada restricción, especialmente con los niños más pequeños. Cuando la madre dice “no”, tiene que hacer que el límite que ha fijado se cumpla. Los reproches, las amenazas o las palmadas no dan ningún resultado -porque siempre hay tiempo de evitar, aunque sea momentáneamente, el acto no deseado- plantean el conflicto en un área diferente y generalmente provocan un comportamiento todavía más negativo. Los niños aprenden a comprender los límites que se les ponen solo con firmeza e insistencia.

Todos los actos que imponen restricciones tienen que estar acompañados siempre de la posibilidad de elección. Al niño que se alborota y no quiere aceptarlas se le puede pedir que salga de la habitación: “puedes quedarte, si estás tranquilo”. Si los padres no dan a lo que pasa una importancia excesiva, con largas explicaciones o sermones, seguramente los niños responderán positivamente. La insistencia silenciosa es particularmente eficaz y necesaria con los niños más pequeños. A veces, una mirada firme es suficiente. Cuando están ante un niño difícil, los padres no tienen que rendirse nunca, la verdadera virtud de los padres es la perseverancia.

Caminando juntos, es posible que la familia entera haga la experiencia de la amabilidad y de la razón, que son, en la pedagogía de Don Bosco, los pilares que sustentan el método preventivo. Hasta descubrir, todos juntos, que las energías volcánicas de los mas jóvenes no son de hecho destructivas, sino que pueden ser orientadas e invertidas en proyectos y compromisos válidos. El pecado más grande del que los padres deberán rendir cuenta a Dios es el de no haber sabido valorar plenamente los talentos de sus hijos y haber preferido un volcán apagado a un volcán en actividad.


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