tm9 ver En los últimos tiempos, las más hermosas fiestas cristianas han ido perdiendo cada vez más espacio frente a nuevas fiestas laicas, cuya única finalidad es la promoción y la propaganda. También la Navidad ha ido siendo casi vaciada de su significado religioso. Hay que estar atentos y luchar por recuperarlo.

Antes y ahora…
La fiesta de la Calabaza ganó: logró quitar del imaginario de las familias muchos símbolos religiosos y sus tradiciones cristianas. Halloween y sus esqueletos danzantes dejaron de lado a Todos los Santos y la conmemoración de los difuntos. El objetivo es claro: quitar lo religioso del horizonte simbólico de los hombres de nuestro tiempo, reemplazando los símbolos religiosos con equivalentes laicos, presumiblemente más rentables.

Antes sólo estaba Jesús, el pesebre, las novenas, los ángeles y la Misa de noche buena. La Navidad era una fiesta únicamente cristiana. Pero en la segunda mitad del siglo XIX, llegó Papá Noel con su barba blanca, sus renos y su vestido rojo. Y sin golpear, el hombre rojo irrumpió en el pesebre: “Hello friends. It´s a nice home, here” dijo a José y a María, asombrados. Y se instaló allí. Y comenzó a instalar estanterías de souvenirs y regalos. “Es el negocio…” Al fin, terminó ordenando al pequeño Jesús: “Toma la paja, esas bestias malolientes y tus padres miserables y vayan a pedir hospitalidad a algún museo”. Es que, después de un periodo de cohabitación, el Niño Jesús tiene cada vez menos espacio… En la televisión, serios sociólogos de barba hablan de la navidad como la “fiesta de la familia”, una tradición antigua, nostálgica, gastronómica, eléctrica, inventada por la Asociación de Comerciantes vaya a saber cuando… También las fiestas de Primera Comunión y de Confirmación se están convirtiendo rápidamente en “fiestas de cualquier cosa”.
Lo dramático es que la renuncia a explicitar los signos distintivos de la Navidad no se da sólo entre los alejados de la fe o los tímidos; se da también en muchas familias que participan habitualmente en las comunidades cristianas, que no dudan en reconocer su falta de espacio y de tiempo para dedicarse al Hijo de Dios que se hizo hombre: microscópicos pesebres prefabricados ceden el paso a suntuosos árboles sobrecargados de luces y colores; la oración y la participación en la Eucaristía pasan al segundo plano y dejan su espacio a la compra de regalos, la organización de almuerzos y cenas, o la realización de viajes cada vez más exóticos.
El sentido de la fiesta

La Biblia explica el sentido de la memoria y de la fiesta. Cuando los hebreos, que habían dejado Egipto, llegaron cerca de Canaán, el río Jordán estaba desbordante. Dios dijo a Josué que hiciera caminar por las aguas a los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza. Cuando los sacerdotes pusieron sus pies en el río, las aguas se abrieron. Después que todos cruzaron, Dios dijo a Josué que buscara doce piedras grandes y las llevara consigo. “Entonces Josué les dijo: Estas doce piedras recordarán al pueblo de Israel lo que Dios ha hecho por él. En el futuro, cuando sus hijos les pregunten que significan estas piedras, responderán que ellas recuerdan a todos, y para siempre, el día en que las aguas del Jordán se abrieron para que pasara el Arca de la Alianza (Jos 3, 17-4,7)

Las fiestas cristianas son nuestras piedras. En cada fiesta, los niños deberían preguntar a sus padres: “¿Por qué hacemos fiesta?” Las fiestas del año litúrgico son una forma magnifica de catequesis, que implica a toda la familia. Un verdadero catecismo envolvente, hecho de acciones, canto, participación, alegría y comunicación, y no un mero conjunto de fórmulas abstractas.


La fiesta de Navidad

La fiesta de Navidad no es la fiesta de la ternura familiar. Es la celebración del momento más importante de la historia humana y de la fe cristiana. En la base de nuestra fe hay un acontecimiento histórico indudable: Jesús nació en Palestina, en una fecha que podemos determinar con toda precisión. Nuestro calendario comienza con este hecho. Es el momento central de la historia. Este hombre es el comienzo de todo. No es un libro, ni una doctrina, ni un catecismo, ni un conjunto de ideas. Nadie habló jamás como Él, nadie amó como Él, nadie se dio totalmente como Él hasta hacerse nada. Nadie mandó al viento y al mar, ni a los espíritus malignos que atormentan y destruyen lo mejor de la humanidad de cada persona.
Su nacimiento es motivo de fiesta, porque no ha ocurrido nunca ni podrá ocurrir jamás algo semejante. Su nacimiento cambió la vida del hombre y del mundo. ¡Qué seria hoy del mundo sin Jesús de Nazaret? O mejor aún: ¿Qué seríamos nosotros, sin Jesús de Nazaret?

La fiesta sirve para revivir, y no sólo recordar el significado de este acontecimiento, para que no quede como algo lejano en el tiempo sino como una realidad presente. Para eso están los signos de la fiesta. Sin embargo, la mayoría de los padres proponen hoy a sus hijos signos vacíos, que el mundo del comercio y los negocios disfruta cínicamente. Este es el gran engaño: una fiesta sin festejado. Los padres tienen que volver a poner a Jesús en la Navidad. Entonces, los signos volverán a hablar y la fiesta será más hermosa porque es más verdadera.

El pesebre sugiere que el tiempo de la espera cuenta mucho más que cada realización humana; que el espacio de los afectos familiares es más seguro que el lugar donde sólo se busca confort exterior; que una gruta puede ser el corazón del mundo, más que mil centros de poder económico y político; que la pobreza es la verdadera riqueza de la humanidad.

Con un calendario de Adviento, aún muy simple, padres e hijos pueden vivir el sentido de la espera. Haciendo el pesebre, los padres pueden contar a los hijos la historia de los inicios; con los arreglos y las luces, recordar la verdadera luz que despejó las tinieblas del mundo; con los regalos, explicar el don inmenso de Dios a la humanidad; con el clima de amor y bondad, testimoniar el modo nuevo de vivir inaugurado por Jesús.

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