Muchos piensan que no hay nada de malo en hacer de la relación sexual un encuentro ocasional. Ambos partners aceptan tranquilamente que mañana junto a mí estará otro u otra. La pareja es completamente intercambiable; su lugar puede ser ocupado por quien en cada momento despierte el interés erótico.
Pero donde no existe la voluntad de construir un proyecto común de vida duradero, generalmente se impide la transmisión de la vida y, cuando ocurre un embarazo, los hijos vienen al mundo en un contexto no apropiado a las necesidades de su crecimiento, de su equilibrio afectivo y de su socialización. Una pareja no estable no es el lugar adecuado para el armónico desarrollo de los niños.
Cuando existe la decisión de impedir la transmisión de la vida, la relación sexual no es una entrega total. La relación de amor deja de ser tal, porque a la otra persona se la trata fácilmente como un objeto de placer o de emoción. Se simula una unión entre dos personas que en realidad no quieren ser una sola vida, un solo destino.
Han decidido estar juntos hasta que se cansen el uno del otro, o mientras dure la satisfacción mutua, o hasta que surjan las dificultades. Cuando desaparece el común agrado, la pareja se disuelve.
En esta situación no cabe hablar de amor. Cuando una persona dice a la otra: ‘ya no te quiero’, en realidad le está diciendo: no te he querido nunca. Porque dicha relación no alcanzó en ningún momento la estructura propia del amor verdadero que exige afirmación incondicional del valor de la otra persona y de su dignidad. ‘Ya no te quiero’ significa que ya no me gusta lo que me das. Porque lo que se buscaba no era la persona como tal, sino solamente lo que de ella me era placentero en un determinado momento. Nunca se buscó hacer feliz a otra persona, sino simplemente que alguien me hiciera sentirme momentáneamente feliz a mí.
Por eso, con gran frecuencia, cuando ha terminado una de estas fugaces relaciones, rápidamente se busca otra que sí logre dar lo que ahora se desea, y que durará hasta que será igualmente fugaz. Esto aplica también a las relaciones homosexuales.
Tal vez ahora estamos en condiciones de comprender la relación que existe entre la relación sexual y el matrimonio. Por la importancia de los bienes que están en juego, la relación sexual es auténtica solo cuando manifiesta y realiza un tipo particular de amor, el amor conyugal, que es aquel donde se ama la persona del otro como tal, y por tanto con exclusividad y perpetuidad.
El amor verdadero, exige el matrimonio: el compromiso de instaurar una comunidad de vida, un proyecto común de amor abierto a recibir los hijos, que necesitan de esta estructura del amor conyugal para su armónico crecimiento y educación.
Es cierto que también el amor conyugal puede tener sus problemas, para los que hay que encontrar remedios adecuados con empeño y buena voluntad. También quien se alimenta bien puede tener una intoxicación, pero nadie piensa que si una persona concreta se intoxica es mejor que todos renuncien a la buena alimentación.
El amor conyugal pasa dificultades, pero no por eso el matrimonio deja de ser una exigencia del amor verdadero entre un hombre y una mujer.
Artículos relacionados.