Embarazada. Hace unos cuantos días, compartía una reflexión con mi esposo en la que le decía que la maternidad/paternidad y  crianza no deberían ser vividas o vistas como algo demasiado natural; me refería a que el hecho de tener hijos es en realidad una gran responsabilidad y  -en muchos casos-  por ser algo natural en nuestras vidas lo hacemos en automático y no lo asumimos con la importancia que merece.

Sé que decir que los hijos son una gran responsabilidad suena a cliché,  pero no debería desgastarse el significado de esa frase por repetirla tanto.

Comenzando por el lado materno, tener un hijo es en realidad someter los cuerpos de las mujeres a un estado extraordinario para el cual hay que tener buena salud y facilidad para acceder a la misma en caso necesario (eso entre muchas otras cosas). No se trata de ver los embarazos como una enfermedad, pero tampoco como algo mágico y libre de situaciones difíciles. Por eso mismo, deberíamos tener madres y padres informados sobre este asunto. Saber qué pasa con nuestros cuerpos y por qué, disfrutar de la compañía de parejas o personas de confianza en el proceso aumenta la calidad del embarazo y ya no digamos del parto. Tristemente, en los países latinoamericanos esa no es la norma. El embarazo y parto con calidad de información y atención están reservados para quienes tienen más recursos. Como seres humanos eso debería avergonzarnos, con esa actitud estamos abandonando y desatendiendo el origen de la vida misma.

En la etapa de crianza ocurre igual. Los accesos a información y atención de calidad para educar a nuestros hijos son también limitados y hasta inexistentes para la mayoría. Y aquí no me refiero únicamente a los servicios básicos de educación, salud y el resto de derechos de la niñez, hablo también sobre la instrucción para ser padre y madre. Con frecuencia escucho decir que a uno nadie le enseña a ser papá o mamá, que hay escuelas y educación hasta para las cosas más insignificantes pero no hay preparación para saber cómo criar un hijo. Es cierto que esa experiencia con los hijos es distinta incluso con cada uno de ellos si es que tenemos varios; pero, debe haber algunos patrones básicos para hacer esta tarea de la mejor manera posible: estamos hablando de seres humanos, de los hombres y mujeres que tomarán decisiones individuales y hasta mundiales. La crianza es un trabajo que hay que tomarse muy en serio, más de lo que en promedio reflexionamos y estamos acostumbrados. En términos idealistas, todos los adultos en edad fértil y con planes de ser padres de familia deberíamos tener espacios de preparación en los que nos adviertan lo que implica tener hijos, es urgente que nos digan que hay que tener más paciencia de la uno es capaz de imaginar, que la afectividad es tan beneficiosa como la comida, que la crianza es acompañar, equivocarse, rectificar, hacerlo mejor cada vez, que el punto de partida para educar proviene desde los mismos niños, que hay que darle lugar a lo que ellos sienten y piensan sobre las decisiones que tomamos para ellos.

Kimberly Howard y Richard Reeves, del Centro para los Niños y las Familias de Brookings Institution (Estados Unidos) hablan del concepto “la brecha de la crianza”. Allí exponen una diferencia interesante entre los hijos de padres “fuertes” y padres “débiles”. Los padres fuertes son los que dan a sus hijos un ambiente familiar lleno de estímulos y apoyo, por tanto, las palabras “fuertes” y “débiles” se refieren a la calidad de crianza, el ambiente de aprendizaje y apoyo emocional que entregan. Los hijos de padres fuertes tienden más al éxito en cada una de sus etapas de desarrollo. Estos hijos alcanzan mayores grados académicos, reportan menos embarazos jóvenes y hasta se reduce la cantidad de muchachos que llegan a ser condenados por un crimen. También es cierto que este rol no solo depende de los padres, el apoyo de las políticas estatales, de cada país, es vital para que todos los padres tengamos oportunidades de ofrecer calidad a nuestros hijos; pero si carecemos de eso, al menos empecemos con lo que tenemos a nuestro alcance, lo que está de nuestro lado de la cancha. Los beneficios de una crianza de mayor calidad son alta y positivamente significativos para toda la humanidad. 

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