El poeta nace para el servicio de la verdad, no escribe, se deja escribir. El habla, habla y el poeta calla, y entre versos el poeta devela la verdad. Los poetas esperan en silencio y mientras esperan, escriben: dejan huellas, charcos en el aire y lagunas en el estómago del tiempo. Escribir es una guerra a la que el hombre está expuesto siempre. Dios creó al mundo con una palabra, desde entonces el ser humano ha estado expuesto a los relámpagos de Dios, a su inspiración y a su amor, y en su paso por la tierra lo busca… intentado responderle con poesía.
En el principio era la Palabra, Palabra que sigue resonando en cada alma que busca nombrar la vida, la fe, el amor, el misterio. La poesía es la instauración del ser con la palabra, porque cuando la palabra humana se escribe, se hace carne… nace la poesía: el arte de nombrar lo indecible, de ponerle color al silencio y rostro al misterio.
Siempre lo he dicho: alguien me dicta. La poesía no es solo un don o alta sensibilidad, ni una manera particular de parir las palabras para que suenen bien o tengan un valor estético. La poesía es un regalo para el hombre, quien escribe poesía no inventa, traduce lo que Dios va narrando.
Los santos lo sabían. San Juan de la Cruz narra cómo su alma se vuelve llama; Santa Teresa hiso de sus estrofas una oración ardiente; Don Bosco mismo, en su amor por la música, el teatro y la palabra, entendió que la belleza es camino de salvación.
En el corazón de la pastoral salesiana late una convicción profunda: los jóvenes están siempre en busca de la verdad, de la belleza y del amor. La poesía puede ser un puente que los conecte a ese encuentro tan deseado con Dios; esa catequesis que toque el corazón a punta de versos. Evangelizar con poesía es hablar el idioma del alma joven, es entender que en todos los lenguajes juveniles siempre hay un espacio para el lenguaje poético del Evangelio. Es entender que la palabra de Dios no envejece, sino que florece siempre bajo la mirada de un joven inspirado.
El silencio quema, incomoda, sabe a sangre. En este tiempo donde se silencia al silencio, y el encuentro personal está desgastado, en un mundo saturado de todo y lleno de nada, la poesía se vuelve el lugar donde Dios habita, lugar ideal para el joven que busca un encuentro: no hace falta entender cada verso, basta dejarse interpelar y tocar por Él.
Cada verso que nace desde el amor es semilla para el reino. Escribir con fe no es un acto artístico solamente, sino también misionero. Las letras pueden sanar, iluminar, acompañar. El poeta cristiano, así como un catequista o un misionero, tiene la responsabilidad de cuidar las palabras, ya que con ellas puede instaurar; construir o destruir; levantar o herir, dar vida o apagarla.
Don Bosco soñó con jóvenes alegres, creativos y santos, evangelizar con poesía es continuar ese sueño, es permitir que la palabra se vuelva oración, testimonio y arte. Cuando un joven descubre que puede orar con poesía, se convierte en profeta de la Belleza, mensajero de esperanza e inspiración, trabajador del reino que ya germina entre nosotros.
La Poesía salvará almas…
Cae la tarde en su júbilo dorado
el milagro se rompe en un ósculo de ofrenda.
El sol en su arrebol toca los montes,
se cobija a lontananza con sus prados.
-Fresco soplo fue tu cercanía que no esperaba-.
Junto a la barca me encontraste,
Peregrino de los pies heridos,
con las manos vacías
y el corazón lleno de nada.
Fue tu mirada acendrada
el impacto que el mar incendió,
las nubes tocaron el suelo,
la alegría se rompió en dos,
y en el aire se formaron charcos de tu infinita gracia.
Me llamaste:
no entendía la misión tan grande
hasta que mi nombre pronunciaste.
Me arrullaste entre tus brazos:
fui barro entre tus dedos,
Alfarero y Carpintero…
armaste mi corazón de nuevo.
Tanto fue tu amor
que desperté junto a la barca enamorado,
con la red en las manos
y el corazón tirado entre las azucenas.
Ramón Hermosillo, SDB