Para nosotros, Salesianos, Familia Salesiana de Don Bosco, sería imposible hablar de la vida de Don Bosco, hablar de él y no hablar de sus sueños. Él ha guardado sus sueños en su mente y corazón para toda la vida, incluso después de haberlos realizado. E inspirados por el sueño de Don Bosco y por lo que viven y experimentan en nuestros ambientes salesianos, los jóvenes descubren que sus hermosos deseos son la fuerza que les hace capaces de grandes cosas y aprenden que cada desafío puede ser superado con valentía y confianza en sí mismos.
Los jóvenes tienen grandes sueños, pero deben ser animados a ¡soñar! y nosotros educadores, educadoras tenemos esta tarea. La de acompañarlos en el verdadero camino de la vida. Los jóvenes tienen derecho a soñar con un mañana mejor, tienen en sus manos la posibilidad de renacer y comenzar de nuevo, de estudiar y de trabajar, de construirse un futuro de humanidad y de esperanza.
CEFERINO NAMUNCURÁ
¡Dar gracias!
En Chimpay, situado en el corazón del Valle Medio del Río Negro, nació el 26 de agosto de 1886, Ceferino Namuncurá. Hijo del cacique indígena Manuel Namuncurá, heredero de Calfucurá, el legendario jefe mapuche que resistió largamente a los “huincas” (occidentales) en su avanzada hacia las tierras del sur, y de una cautiva Rosario Burgos. En Navidad de 1888 es bautizado por el Misionero Padre Domingo Milanesio.
Los misioneros pasaban esporádicamente por Chimpay, de modo que Ceferino se nutrió de la religión mapuche, durante sus primeros años, se manifestó como un hijo cariñoso y fiel, capaz de ayudar a sus padres desde muy pequeño: acarreando leña desde el amanecer para ahorrar ese trabajo a su madre.
Tenía 11 años cuando su padre lo inscribió en una escuela estatal de Buenos Aires, pues quería hacer del hijo el futuro defensor de su pueblo. Pero Ceferino no se encontró a gusto en aquel centro y el padre lo pasó al colegio salesiano “Pío IX”. Aquí inició la aventura de la “gracia”, que transformaría un corazón todavía no iluminado por la espiritualidad del evangelio en un testigo heroico como discípulo y misionero de Jesús.
¡Repensar!
Ayer como hoy en el caminar junto a los pueblos originarios, Ceferino encarna en sí los sufrimientos, las angustias y las aspiraciones de su gente Mapuche.
Ceferino pudo abrirse al anuncio y la construcción del Reino, con el acompañamiento de los salesianos. Por eso a la hora de repensar la “Misión” como un compromiso común, en un proceso de interaprendizaje y de enriquecimiento mutuo, la vida de Ceferino se convierte en el programa de la misión compartida, con su lema: “Quiero ser útil a mi gente” – “Kupa kellun tañi pu che”. Porque Ceferino quería estudiar, adquirir conocimientos y herramientas en otras sabidurías para llegar a ser misionero. Y así volver entre su gente para contribuir al despliegue de la cultura, de la sabiduría y de la espiritualidad de su pueblo, como había visto hacer a los primeros misioneros salesianos que ayudaban al Buen vivir del Pueblo.
¡Relanzar!
En el compartir el Evangelio en las Culturas de los pueblos originarios el eje vitales el “buen vivir”. Los sueños de otros mundos posibles es un proceso que no se puede dejar ni ignorar como el “Sumak Kawsay”(Quichua)-Kümelen Mongen (Mapuche). Por eso la Evangelización de la cultura y la Inculturación del evangelio confrontados con la Interculturalidad nos lleva a ver que el Evangelio debe tener una relación orgánica de encuentro, de enriquecimiento mutuo, de interaprendizajes y de reciprocidad con la cultura y viceversa.
LAURA VICUÑA
¡Dar gracias!
Hoy queremos dar gracias... Porque este envío hacia los últimos y preferidos de Dios, llega a abrazar a nuestra querida Laurita Vicuña, una niña huérfana de padre, expuesta a ser vulnerada, que en aquel 1900 ingresa al colegio María Auxiliadora de Junín de los Andes y una comunidad salesiana insieme la recibe, una obra pastoral “insieme” la acompaña. Laurita es fruto de esa misión salesiana que Don Bosco vio y soñó en estas tierras.
En esos años, la obra era conocida como la misión de Junín de los Andes, había sido fundada por el padre Domingo Milanesio en el año 1894, el director. Las obras que incluía eran tanto la comunidad de los salesianos, como la parroquia, el campo y el incipiente colegio de las hermanas, cuya directora era la hermana Angela Piai .
Damos gracias por el carisma, que mediado por hermanas y salesianos llega y salva, llega y sana, llega y rescata a los jóvenes de estas tierras patagónicas.
¡Repensar!
Mirarla a ella -Laurita- en su corta edad, con una situación de vida vulnerable y vulnerada, nos hace prestar atención a la condiciones de aceptación que las y los salesianos tenían en sus nacientes casas.
Parece que no era condición si podían o no pagar, sino por el contrario, si era pobre y necesitaba el colegio. Laurita nos deja entrever la lógica del Reino que orientaba los criterios educativo pastorales de la casa.
Ella nos hace re-mirar y Re-pensar las comunidades que la acompañaron como los primeros en aprender a trasladar el carisma. Por un lado, la comunidad FMA estaba conformada por las Hermanas Ángela Piai, Rosa Azócar y la novicia Carmen Opazo.
Comunidad pequeña, joven, inexperta, recién llegadas, sin embargo, predispuestas a cuidar la vida que se presenta.
Y por otra parte la comunidad de los salesianos: el p. Milanesio, el p. Crestanello, vicario de la casa y confesor de Laura y su mamá, a quien ayuda en este proceso de conversión, el presbítero Félix de Valois Ortiz; maestro y asistente, o “formador de patio” como nos gusta reconocerlo. Un gran amigo de espíritu de Laura, cercano, en camino. Un hombre de Dios, buscador de su Voluntad, ad hiriente a su Amor.
¡Relanzar!
Laura es fruto de una comunidad que se animó a recibir al joven como viene, con su situación. Laura es un fruto del trabajo, de la asistencia, de comunidades salesianas al servicio del Reino. Laura es fruto de acompañamientos que la orientaron a transitar su situación vital desde una fe encarnada.
Laura es fruto de un sistema preventivo vivido en comunidad, tan en comunión, que generó ambiente preventivo, sanador y rescatador.
SIMÃO BORORO
¡Dar gracias!
Simão Cristiano Koge Ku-dugodu nació en Meruri el 27 de octubre de 1937, hijo de Teresa Okogeboudo y Floriano Utoboga. Asistió a la escuela primaria en Meruri. De joven, fue a trabajar con mineros blancos en las minas del río Garças. De vuelta a Meruri, fue invitado a unirse a un grupo de Bororo para acompañar a los misioneros a su primera residencia misionera entre los Xavante, en la misión de Santa Terezinha. Era el más joven del grupo, pero el más consciente de su papel como misionero entre los Xavante.
Se hizo albañil práctico y dedicó el resto de su vida a este oficio, trabajando en la aldea y en la misión. Apreciaba mucho a los niños de la aldea y siempre estaba dispuesto a ayudar a sus compañeros, con dinero, con plumas para adornos y con remedios medicinales hechos de árnica. Era muy paciente y nunca se enfadaba.
Fue herido de muerte en un intento de defender la vida de su amigo el P. Rodolfo Lunkenbein SDB, asesinado por defender la vida de los Bororo, el 15 de julio de 1976. Su hermana Genoveva le acompañó desde el lugar del atentado hasta el hospital de la misión (200 metros), caminando lentamente, ella con su hermano herido en brazos, él con la herida abierta en el estómago y los dos rezando el rosario durante todo el trayecto. En el hospital de Meruri recibió los últimos sacramentos, al tiempo que recibía los primeros auxilios de la enfermera, sor Margarida Abatti. Las horas que le quedaban de vida las dedicó a rezar, a pedir perdón a quienes hubiera podido ofender y a perdonar a todos. Murió en el avión que le trasladaba a la ciudad para recibir tratamiento.
¡Repensar!
Simão vive en la memoria de la Iglesia misionera. El Consejo Misionero Indígena (CIMI) dedicó su nombre a la sede de la oficina regional del CIMI en Mato Grosso, en la Chapada dos Guimarães. La iglesia de Rondonópolis le rinde homenaje en la Marcha anual de los Mártires por las calles de la ciudad. En Meruri, cada año se celebra solemnemente el aniversario de su martirio, junto con el del P. Rodolfo Lunkenbein. Su compromiso con una vida sencilla y humilde, así como el gesto extremo que le llevó al martirio, son un ejemplo a actualizar en la defensa de los pueblos indígenas.
¡Relanzar!
La presencia salesiana entre los pueblos indígenas es uno de los frutos más preciosos del carisma misionero. Como testimonia Simão Bororo, es un apostolado nada fácil y lleno de escollos, pero bien arraigado en la identidad cristiana de personas creadas a imagen y semejanza de Dios. Como Iglesia, abrazamos a los pueblos indígenas con sus culturas para que podamos descubrir los puntos de coincidencia entre los valores indígenas tradicionales y las enseñanzas de Jesucristo.
SIERVO DE DIOS AKASH BASHIR
¡Dar gracias!
La presencia de los Salesianos Misioneros en Pakistán ha dejado una huella indeleble, marcando un legado de dedicación a la educación, el servicio comunitario y la promoción del bienestar de los jóvenes más necesitados. Desde su llegada al país en 1999, los Salesianos han sido agentes clave en la transformación de vidas en esta nación surasiática.
Nacido en 1994, Akash Bashir, conoce a los Salesianos como alumno del Instituto Técnico Don Bosco de Lahore. Su conexión con los misioneros Salesianos marcó su educación académica y su compromiso en la sociedad. A los 17 años de edad decide servir como guardia de seguridad en la parroquia de San Juan, en el barrio de Youhanabad en la ciudad de Lahore.
El 15 de marzo de 2015, mientras ejercía su servicio voluntario cuidando y vigilando la entrada de la Parroquia, Akash enfrentó valientemente a un terrorista suicida, que pretendía inmolarse tomando la vida de todos los que se encontraban dentro de la Iglesia en el momento de la celebración de la Misa. El joven Akash, pronunciando sus últimas palabras “prefiero morir que dejarte entrar” sacrifica su propia vida para proteger a los fieles; su acto heroico no solo salvó cientos de vidas, sino que se convirtió en inspiración para los cristianos de la región y los jóvenes que enfrentan situaciones extremas de discriminación y persecución religiosa.
¡Repensar!
La presencia histórica de los cristianos en Pakistán se remonta a mucho tiempo antes de la época colonial británica y la partición de la India en 1947. Algunas comunidades cristianas ya animadas por misioneros Dominicos y Franciscanos en la entonces India oriental vivían la fe católica intensamente. Actualmente los cristianos en Pakistán constituyen aproximadamente el 1.6% de la población total, alrededor de 4 millones de personas que enfrentan desafíos considerables dadas las condiciones de pobreza y el extremismo islámico. La discriminación y la marginación, así como la falta de oportunidades equitativas en el empleo y educación impactan considerablemente la vida de los cristianos en Pakistán. A pesar de esto, existen numerosas historias de éxito, donde valientes y resilientes cristianos, han superado obstáculos logrando avances significativos a nivel social, educativo y religioso.
¡Relanzar!
A pesar de los desafíos, la comunidad cristiana en Pakistán exhibe resiliencia y esperanza. Las iglesias y organizaciones cristianas desempeñan un papel vital al brindar apoyo y promover la unidad interreligiosa; los salesianos sin duda han aportado mucho en este campo con una presencia significativa. Los misioneros Salesianos en Pakistán continúan siendo un faro de esperanza.
La autorización del Vaticano para iniciar la causa de martirio para la canonización de Akash Bashir, otorgada el 9 de noviembre de 2021, es un reconocimiento significativo de su valentía y sacrificio excepcional. La investigación diocesana, que concluyó el 15 de marzo de 2024, coincidiendo con el noveno aniversario de su martirio, marca un paso clave hacia su posible beatificación.
El legado de Akash Bashir ilustra la esencia de la enseñanza salesiana: el amor desinteresado, la solidaridad y la dedicación al servicio. Su sacrificio encarna la máxima de Jesús: “Nadie tiene un amor más grande que esto: dar la vida por sus amigos” (Jn 15,12-17). La historia de Akash Bashir sigue siendo un testamento viviente de esa verdad, recordándonos la fuerza transformadora de la fe incluso en los momentos más oscuros.