Las crisis hay que asumirlas y resolverlas Así es la vida: caer y recomenzar, aburrirse y recibir de nuevo la alegría. Recibir esa mano de Jesús. También hoy pasa por las orillas de la existencia para reavivar la esperanza. Las crisis hay que asumirlas y resolverlas. Quedarse en la crisis no es bueno porque es un suicidio continuo. Es como un estar girando y girando.


En la Iglesia, hay espacio para todos. En la Iglesia ninguno sobra. Así como somos. Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: Vayan y traigan a todos, jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. - Padre, pero yo soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí? -¡Hay lugar para todos! La Iglesia, la Madre de todos. El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos.


Para llevar a cabo esto hay que vivir lo concreto. No hay amor abstracto. El amor platónico está en órbita, no está en la realidad. El amor concreto, ese que se ensucia las manos. Cada uno puede preguntar: ¿el amor que yo siento a todos los de aquí, lo que siento sobre los demás, es concreto o abstracto? ¿Le tengo asco a la pobreza de los demás? ¿Busco siempre la vida destilada, esa que existe en mi fantasía, pero no existe en la realidad?


Jesús, con su ternura, enjuga nuestras lágrimas escondidas. Jesús espera colmar, con su cercanía, nuestra soledad. ¡Qué tristes son los momentos de soledad! Él está ahí, Él quiere colmar esa soledad. Jesús quiere colmar nuestro miedo, tu miedo, mi miedo, esos miedos oscuros los quiere colmar con su consolación. Y Él espera a empujarnos a abrazar el riesgo de amar. Amar es riesgoso. Hay que correr el riesgo de amar. Jesús nos ama hasta tal punto de identificarse con nosotros, y nos pide que colaboremos con Él.

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