2 El papa Francisco nos lo está recordando hasta la saciedad: hay que salir; una iglesia encerrada se enferma; vayan a la periferia. Ir a las periferias existenciales donde están los alejados, los afectados, los marginados.

Esto no es nuevo. Jesús mandó a sus discípulos: Vayan por todo el mundo. Es la dinámica del evangelio. El cristiano genuino es un inquieto que vive pendiente de la salvación de los demás. El cristianismo es lo opuesto al narcisismo. Nada de pasar la vida sacándole lustre a la propia santidad.

Domingo Savio descubre esta dimensión cristiana en el letrero bíblico colgado en la pared del cuarto de Don Bosco: Da mihi ánimas, cetera tolle (Dame almas, llévate lo demás). Sigue siendo el lema inspirador de la familia salesiana.

A Domingo, preocupado por ser santo, Don Bosco lo envía a trabajar para “ganar almas”, como se decía en el lenguaje del tiempo. Y Domingo lo tomó en serio. 

Con gusto daba catequesis en la iglesia del Oratorio o cuando se necesitara. Afirmó un compañero suyo: Era tan amable y bondadoso con los jóvenes externos de la ciudad que todos lo querían por catequista. 

En vacaciones, apenas llegaba a su pueblito, se veía rodeado de muchachos de su edad, más pequeños e incluso mayores, que encontraban un verdadero placer en entretenerse con él.

Fue capaz de enfrentarse a un hombre que se introdujo en el Oratorio y atrajo a muchachos con impresos indecentes. Se impuso con su recia personalidad, y los incautos muchachos lo siguieron, abandonando al intruso.

Domingo tenía buen ojo para descubrir a los tímidos, los apesadumbrados, los acongojados. Eran sus candidatos para entablar amistad y ayudarlos a superar su soledad.

Francisco Cerruti, un muchacho recién llegado al Oratorio, estaba enfermo de nostalgia por su familia. Domingo se le acerca y entabla un diálogo franco que derivó en una amistad creciente. Cerruti será uno de los grandes salesianos de Don Bosco. Afirmó: Desde aquel momento me formé el concepto de que era un santo joven.

Camilo Gavio llega al Oratorio con su salud deteriorada. Domingo se le acerca y conoce de su estado delicado. Le propone ser amigos. Y va al grano: ¿Deseas ser santo, verdad? Gavio contesta: Sí, esta es mi gran ilusión, pero no sé qué hacer. Y Domingo le lanza la fórmula mágica salesiana: Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres. Procuramos por encima de todo huir del pecado como de un gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón. En segundo lugar, tratamos de cumplir exactamente nuestros deberes y frecuentar las prácticas de piedad.

Otro gran salesiano de la primera hora, el padre Francesia, declaró: Un día me encontré al azar cerca de Don Bosco, que estaba hablando con el jovencito Domingo Savio; y no pude menos de maravillarme al ver que este, a quien tenía por tímido, hablaba con los brazos en jarras, diciendo con un semblante muy serio: -Estas cosas no se deben tolerar en el Oratorio. Don Bosco le respondía: -Mira, veremos; ten paciencia. Él replicaba, insistiendo: -Es un escándalo y no se puede tolerar. Era la primera vez que veía a aquel jovencito hablar a Don Bosco casi con aire de autoridad. Y lo hacía con una persuasión tal que era forzoso excluir que hubiera ficción ni otro motivo humano. Se trataba de un caso realmente delicado. 

No siempre los intentos apostólicos de Domingo tenían un final feliz. Un día avisó a un compañero de que se corrigiera de una costumbre mala. Este, en vez de recibir con gratitud el aviso, se dejó arrastrar a brutales excesos, le dijo mil villanías y luego se desahogó con él a puñetazos y puntapiés. 

Domingo pudiera haber hecho valer sus razones con los hechos, pues tenía más edad y fuerza, pero no tomó otra venganza que la del cristiano. Se encendió, es verdad, su rostro; pero, refrenando los ímpetus de la cólera, se limitó a decir: -Te perdono; hiciste mal; no trates a otros de este modo. 

La imagen de Domingo que se desprende de estos y otros hechos es la de un joven seriamente interesado por sus compañeros, atento a los más necesitados. Queda la impresión de alguien volcado al servicio de todos con una generosidad que va más allá de los habituales gestos de cortesía o ayuda ocasional.

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