perfil-3 Al cumplir cincuenta años de profesión religiosa tengo un motivo especial para expresar mi más hondo agradecimiento al Señor y a la Congregación Salesiana por todo el bien que he recibido a lo largo de estos años. 

No puedo imaginarme más feliz de lo que estoy, de lo que he estado, como salesiano y como sacerdote. Por medio de mi vocación salesiana he tenido el privilegio de participar intensamente en la misión de Jesús. Dios me ha llenado de gozo, de alegría, de grandes satisfacciones. Esta felicidad, estas bendiciones las he recibido a través de mi vocación salesiana. 

Mi vida en la Congregación Salesiana me ha llevado al conocimiento y la vivencia del evangelio resumido en las bienaventuranzas, donde Jesús nos promete felicidad al vivir y cumplir grandes retos de servicio, de entrega y de amor al prójimo. El fruto, la recompensa de practicar estos principios y valores, es la verdadera felicidad.

Agradezco a Dios los desafíos y las luchas que he tenido que afrontar al vivir las bienaventuranzas. Son el fundamento, la base de una vida plenamente feliz. Las bienaventuranzas han llenado mi vida de dicha, de gran significado. La gracia de Dios me ha hecho capaz de responder, en alguna medida, a su llamado.

El gran gozo y la desbordante felicidad que experimento en mi vida, en mi vocación, no es un sentimiento superficial. No ignoro la enormidad del sufrimiento que existe, las penas profundas que son parte de la vida de tantos jóvenes y de tantas personas, familias, comunidades y naciones.

 

Las bienaventuranzas me han llevado a sentir vivamente el dolor ajeno. Me he dejado influir por tanto dolor. He podido ponerme, imaginarme, en lugar del que sufre. Precisamente por la capacidad que Dios me ha dado de identificarme con quien sufre, con quien está en necesidad, he podido, en alguna medida, aliviar, sanar, estar cerca, apoyar y resolver necesidades presentes en tantas situaciones humanas donde domina el dolor y el sufrimiento.

 

El camino de mi vida me ha llevado a vivir entre la gente indígena, en particular entre muchos jóvenes indígenas. Para mí éste ha sido también una bendición extraordinaria. He podido apreciar e identificarme con tantos valores maravillosos de la cultura indígena. He aprendido y entendido que hay muchísimo más que nos une a todos los pueblos y culturas que lo que nos separa o nos diferencia. Me ha parecido siempre más verdadero, más útil y más correcto enfatizar lo que nos une y no lo que nos divide o nos separa.

Nunca me he sentido extranjero entre los indígenas. Siempre me he sentido “en casa”. Puedo repetir con Don Bosco: ”Yo aquí entre ustedes me encuentro bien; mi vida realmente es estar con ustedes.” Me llena de gran satisfacción el hecho de que los Centros Don Bosco en Raxruhá, Carchá y Chamelco están repletos, llenos, desbordantes de jóvenes. No hay rincón vacío: es muestra de que los jóvenes vienen con gusto, se sienten bien, son acogidos con cariño, simpatía y aprecio, son siempre bienvenidos. La expresión de Santa Teresa “Amor saca amor” se hace realidad. Don Bosco lo decía de otra manera: “Los jóvenes no solo deben ser amados, sino que deben notar que se les ama.”

 

Nos esforzamos para que el Centro Don Bosco sea un verdadero paraíso para los jóvenes. La respuesta de los jóvenes me llena de gozo: colaboran, trabajan, estudian, rezan, juegan, obedecen, participan, se dejan guiar, hacen el mejor esfuerzo, aprecian lo que se hace por ellos. Todo se hace con ganas. Viven una vida llena de propósitos, de metas, de sentido y compromiso cristiano. La gratitud de estos jóvenes y sus familias me impresiona y me emociona, me hace dedicarme aún más como sacerdote salesiano.

 

Las puertas están siempre abiertas, también para la gente de las comunidades rurales, para todos. Tratamos de hacer el mayor bien, de recibir el mayor número, conscientes de las grandes necesidades entre la gente indígena que vive tan marginada, tan olvidada, tan ignorada.

 

Al poner en práctica en profundidad el sistema educativo de Don Bosco descubrimos su gran sabiduría, su gran riqueza, su actualidad. Con los jóvenes indígenas vivimos un maravilloso “espíritu de familia” como una característica sobresaliente. Evitamos, a todo nivel y en todas las actividades, una nociva competitividad y rivalidad que destruye el espíritu de familia. La fraternidad, la aceptación, la sencillez y, muy importante, el sentido común son valores que nos guían en todo. Las formalidades innecesarias y superfluas se eliminan, se rechazan: son un estorbo, una barrera cuando se quiere vivir en “familia”, en amistad, en cercanía.

 

A lo largo de estos cincuenta años he experimentado la verdad de lo que Jesús ha dicho: “Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.” Vivimos en un ambiente de gran generosidad, de gratuidad, de una inmensa alegría y sencillez. La Divina Providencia nos ha acompañado de una forma extraordinaria en todo momento.

 

Los Misioneros de Cristo Buen Pastor son un fruto maravilloso de esta experiencia de vida. Tengo fe en el futuro de esta pequeña comunidad que está creciendo y madurando, que ya es y será una creciente bendición para la iglesia.

 

Al finalizar, quiero resaltar que todo lo que soy, las cualidades y la visión que tengo, son fruto de la formación y espiritualidad salesiana que he recibido como una preciosa herencia en mi vida. Manifiesto mi gratitud a Dios y a la Congregación Salesiana por haberme dado tantos hermanos salesianos quienes, por su gran calidad humana y espiritual, han sido y son fuente constante de profunda inspiración para mí. Mis hermanos salesianos me han enriquecido sobremanera. Me han enseñado a vivir mi vocación con entrega, creatividad e iniciativa. Trato de imitar su ejemplo.

 

El P. Antonio de Groot nació en Australia el año 1943. Profesó como salesiano en el año 1963. Fue ordenado sacerdote en 1972. Llegó a Guatemala como misionero en 1974. Ha impulsado un vasto y original proyecto educativo para los jóvenes indígenas de Alta Verapaz, Guatemala. Ha fundado una congregación religiosa indígena, los Misioneros de Cristo Buen Pastor.

Compartir