Desde chiquillo empecé a querer a Don Bosco.

50 Años
de salesiano

Al llegar a mis cincuenta años de vida religiosa y salesiana son muchos los sentimientos encontrados que me permiten hacer una mirada retrospectiva.

Mi vocación salesiana no la vi gracias a un rayo de luz que de pronto me iluminara y me diera a entender que debía hacerme salesiano. A los quince años no tenía una visión clara del camino. Fue más bien un proceso lento.

La comunidad salesiana del Hospicio “Don Bosco” de Panamá marcó mi vida: los sacerdotes Marino Morlín, José María Friso, Emeterio Serrano y los coadjutores Antonio Portillo, Rufino Cascante, Aldo Bencetti, Alberto Grande y Fernando Murillo. Era una comunidad alegre y sacrificada, entregada a su misión con los jóvenes internos.


Don Bosco me cautivó. Desde chiquillo empecé a quererlo. El santo de los jóvenes me llevó a Jesús y a María.

Después vino el aspirantado, el noviciado, el filosofado, el tirocinio, la teología y el sacerdocio.

Mis mejores años los he pasado en el Colegio Salesiano de Masaya, en el Colegio San José de Santa Ana y en el Colegio Don Bosco de Guatemala. Además, el Aspirantado Santo Domingo Savio de Cartago, el Polígono Industrial de San Salvador, la Ciudadela Don Bosco de Soyapango fueron mis ambientes entrañables de trabajo salesiano.

Gracias, Señor, por este regalo de fidelidad y compromiso. Gracias a mi familia biológica, que a lo largo de estos años me han apoyado y acompañado. Gracias a mis alumnos, exalumnos, profesores y padres de familia que me han ofrecido su apoyo, cariño y amistad. Gracias a los jóvenes a quienes me debo.

Vale la pena seguir a Jesucristo en la vida salesiana, sacerdotal o laical, siendo en el mundo fermento de buena levadura para seguir instaurando las cosas en Cristo.

Jóvenes, como Don Bosco, entre ustedes me siento bien y feliz.

Compartir