Gisela Ardit Si no quieres perder tiempo, porque siempre hará lo que quiera. Cada recomendación, cada consejo, cada advertencia, caerá en saco roto. Pero no renuncies a educarlo: no le hables, habla con él.



En su carta imaginaria a su hija, próxima a nacer, el psiquiatra Paolo Crepet la interroga: ¿Qué sentiste, hasta ahora, del mundo, a través del agua y de la tensa piel de tu mamá? ¿Qué te dijeron tus imperfectos oídos sobre nuestros miedos? ¿Esperas que consigamos amarte sin exigencias, y llenar tu mundo de palabras, sugerencias, prohibiciones? ¿Crees que podremos acogerte, respetando tus silencios? ¿Seremos capaces de acompañarte, mientras creces sin hacerte responsable de satisfacer nuestros anhelos y acallar nuestras culpas?

Fácil de decir; difícil de realizar
Todos los papás hablan mucho a sus hijos; poquísimos saben hablar con ellos. Hacerlo bien es una ocasión educativa importantísima. Significa enseñar las reglas básicas para comunicarse, y el arte de resolver problemas. Es favorecer su esfuerzo escolar, abrir su corazón y su mente a la amistad; es darles seguridad. Pero la mayoría de los padres arrancan mal.

Decir “perro” es tan fácil como decir “gua gua”. Tu chiquito/a, naturalmente, señalará al perro diciendo “Gua gua”. Aunque sea mas fácil y simpático dejarlo pasar, no pierdas la ocasión, y agrega: “Sí, es un perro”, para enseñarle a tomar en serio las palabras de los adultos.

Hay padres tontos, que continúan hablándoles infantilmente durante años, sin advertir varios peligros. El primero: al crecer, cuando oyen que les hablan como nenes chicos, llegan a fastidiarse. Otro, que es peor: en la adolescencia sentirán que sus padres, con su lenguaje aniñado, no ofrecen la seguridad que necesitan.

Si quieres que, en tu familia, la comunicación sea viva, respetuosa y confiada, debes comenzar por escuchar a tu hijo, mirándole siempre a los ojos, para que sienta tu atención y tu interés. Evitarás la dolorosa experiencia de ordenarle que te mire, cuando las cosas se pongan difíciles entre ambos.

Curso hogareño de lógica aplicada
Cuando comience a contarte cosas que le sucedieron, tómate el tiempo necesario para escucharlo. Además de mostrarte que te interesa podrás ayudarlo y guiarlo hacia un punto de vista diferente, desde donde descubra ventajas que no pudo apreciar antes. Con esa paciente siembra, comenzará a razonar lógicamente. Por el contrario, con el otro método, el de los sermones y las órdenes, no conseguirás nada duradero.

“Ahora no puedo ayudarte con los deberes por que estoy cocinando” Una frase común que cierra posibilidades de crecimiento y de comunicación. En cambio, podrías decirle: “Tengo un problema y necesito que me ayudes a resolverlo. Cuando estoy cocinando y me pides ayuda en tus deberes, no me sale bien ninguna de las dos cosas. ¿Cómo podríamos organizarnos?” . La pregunta, hecha con franqueza y sencillez, los ayudará, a ambos, a encontrar lo mejor.

Hay padres que conocen todo el repertorio de burlas, ironías y gritos. Otros confunden “educar” con sermonear, amonestar, amenazar, criticar, gritar. o único que consiguen es hacer que su hijo se sienta más indefenso, frente a esos padres que pierden el control y hacen el ridículo. A partir de la adolescencia, posiblemente “les pase la factura”.

Taller de libre expresión
Las dificultades ofrecen ocasión de crecer en el diálogo doméstico. Sin embargo, comúnmente, los “de arriba” toman decisiones, y los “de abajo” obedecen callados.
En la próxima crisis, consulta a tu hijo. Sus ideas, las tuyas, las de cada miembro de la familia, sometidas al examen de todos, para llegar a una solución elaborada por todos.
Mirando los “efectos” de la experiencia de tu hijo, verás que el esfuerzo tras varios beneficios: hace que se involucre más en la armonía hogareña, favorece su creatividad y fortalece su autoestima. Además, en ese proceso, él descubre una camaradería y una “complicidad” que le permitirán enfrentar mejor las dificultades.

El mejor truco para dialogar con tu hijo es proponerle preguntas orientativas. “Si decidimos...¿que sucederá después?; Y tú ¿cómo te sentirás?; ¿cómo influirá en Fulano?”. Es uno de los mejores métodos para enseñarle el difícil arte del equilibrio.

Algunos creen que ponerse a su altura, para dialogar, es renunciar al deber de ser su referente y su guía. Es lo contrario; consultándolo y tomando decisiones juntos, conseguirás que siempre esté dispuesto a colaborar. Contigo, y con el resto del mundo.

 

 

Compartir