Foto de: pixel2013 Ya sé lo que piensas. Crees que tu hijo no puede enviarte este mensaje. De palabra, quizás no. Pero, a través de su lenguaje corporal, sí. Porque lo que más desconcierta a los niños es la falta de normas, de límites, de disciplina.

Un niño al que no se le ponen límites termina por ser una persona desorientada. Necesita tener pautas para actuar y, si le faltan, camina a tientas en la oscuridad. Y lo peor que puede suceder es que esta situación conduce al chico a una adolescencia difícil y complicada.

Hace algún tiempo, acudió a la consulta de un psiquiatra una mujer de unos treinta años, que iba con su hijo de tres. El niño parecía muy inquieto. No paraba. Tocaba todo. Se bajaba constantemente de la silla y, cuando su madre trataba de sentarlo de nuevo, no le hacía caso y le respondía: “!quédate quieta!”. Ella le dijo al psiquiatra que no podía con su hijo. Casi con lágrimas en los ojos, le comentó que unos días antes, el niño había llegado incluso a pegarle.
–Doctor ¿se puede tratar a este niño?
El médico le respondió con otra pregunta:
–Cuando su hijo le pegó ¿qué hizo usted?
La madre le respondió que había procurado no gritarle, y que no lo había castigado, porque el castigo puede frustrar a los hijos. El psiquiatra, entonces, le dijo, con un poco de ironía:
–”posiblemente su hijo no necesite ningún tratamiento. Pero tal vez sería oportuno un tratamiento para la madre...”

Hay padres que dicen que ellos quieren ser amigos de sus hijos. Se olvidan que lo primero que tienen que se, es padres. Y esto no se puede lograr simplemente cediendo, permitiendo, tolerando... Hay que saber decir a tiempo “no” y poner limitaciones a nuestros hijos. Alguien dijo que “hoy se ha generado un sistema de derechos de los niños, sin haber sabido marcar unos límites”.

Educar supone dar seguridad, afecto; transmitir valores; y también mandar, y proponer normas claras: esta es una función básica que debemos ejercer todos los padres.

Es mucho más fácil permitir que poner limites. Porque educar es hacer comprender que o todo vale; que no es posible tenerlo todo; que una sana frustración también es positiva.

Actuar así es ser democrático. La democracia asume “el no”, cuando lo exige el respeto a los demás. La educación permisiva del “si a todo” jamás ha formado buenos ciudadanos, sino más bien gente egoísta y frustrada. Es alarmante que, como sucede en algunos países, haya padres que deben presentar denuncias ante los tribunales por que sus hijos no los respetan o los maltratan. Si no queremos que nuestros hijos lleguen a situaciones extremas, es necesario fijar a tiempo algunos límites. Si no lo hacemos, el “pequeño dictador” se convertirá en un gran dictador en la adolescencia; y más tarde lo será también sobre los suyos, o sobre su mujer, cuando se case.

Por eso, es necesario fijar, desde un principio, ciertas normas a nuestros hijos. Te presento algunos criterios que te serán de utilidad.

1. Ejercer tu autoridad como padre. Autoridad significa, etimológicamente, hacer crecer, ayudar a ser más y mejor. Significa decir un “no” decidido cuando la acción proyectada o iniciada puede llevar a la destrucción de la persona. Los niños deben aprender, desde pequeños, que lo que vale exige esfuerzo. Igualmente, deben aprender a controlar sus impulsos. Y los padres deben inculcarles valores y normas de convivencia.

2. Fijar límites. La mejor educación consiste en dejar claro lo que se puede hacer y lo que no se debe hacer. Por cierto, esto hay que razonarlo con ellos, desde pequeños. La libertad no surge espontáneamente; nace de la obediencia. Cuando un niño cumple unas pautas de conducta, crece como persona libre, porque no es esclavo de sus instintos o de sus caprichos.

3. Alabar lo bueno que hacen los hijos. La psicología positiva dice que, más que incidir en lo malo para corregirlo, es mejor reconocer y alabar lo bueno que hacen los hijos, para reforzar de este modo los comportamientos positivos.

4. Corregir al hijo. El padre debe evitar tanto gritar e insultar, como pegar o despreciar. Pero, al mismo tiempo, esa conducta demuestra que con las rabietas no se conseguirá lo que se pretende. Si te dejas manipular en una ocasión, el niño lo volverá a intentar, con más fuerza.

5. Enseñarles a aceptar la frustración. Hay que enseñar a los hijos a aceptar también la frustración. “El fracaso es la antesala del éxito”. La frustración es parte de la vida, y hay que afrontarla. Un chico al que nunca se le dice ¡que no!, en la vida no soportará el sentirse frustrado; y eso se convertirá, más adelante, en debilidad, inmadurez, violencia, adicciones.

6. Inculcar la disciplina. Esta palabra viene del latín discipulus; aquel que sigue a un maestro que le propone valores para ser feliz. La disciplina no es algo represivo, sino la propuesta de pautas de conducta para crecer como persona.

 

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