No hay que frustrarlo para educarlo bien El humorista gráfico Forges presenta, en uno de sus chistes, a un niño con una moto sierra cortando una pierna a un peatón. Este le dice al padre del niño, que está leyendo pacíficamente el Financial Times: “!Pero dígale algo!”. A lo que el padre, flemáticamente, contesta:”¿Para que se traume? No, de ninguna manera”.


En la cultura autoritaria del pasado, ante tal disparate el papá o la mamá le pegaba dos nalgadas a su hijo. Lo cual no era ni educativo ni positivo. En la cultura permisiva actual, a veces, la reacción es la que expone el humorista: ¿Usted quiere que mi hijo se frustre? Que haga lo que quiera, así no se frustrará.

Es evidente que no hay que frustrar al hijo para educarlo bien: no hay que buscar la frustración ni el sufrimiento para que tu hijo se fortalezca. La búsqueda del sufrimiento o de la frustración por sí misma produce resultados negativos, destruye a las personas y las conduce, gradualmente, a la desestima. La frustración o el sufrimiento es algo malo en sí. No hay que buscarlo sino, al contrario, rechazarlo y evitarlo. No educa, destruye a las personas, no es un camino para alcanzar la madurez.

Sin embargo, es un disparate proteger en exceso a nuestros hijos de las frustraciones que aparecen en la vida. La actitud hiperprotectora es mala. Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra francés, en una entrevista al diario “El Mundo”, decía: “Los niños superprotegidos caen en la depresión y se convierten en débiles. Los niños arropados, mimados no superan las heridas de la vida. Carecen de seguridad en la medida en que nunca han sido expuestos al dolor, a la tristeza, al sufrimiento. Privarlos de él es una manera de convertirlos en vulnerables. Los niños protegidos viven en una prisión y son incapaces de afrontar las cosas por sí mismos. Sufren tantos daño como los niños abandonados. Y la culpa es de los padres. Con su mejor intención tratan de arroparlos, pero consiguen un resultado exactamente opuesto”.

No se trata de presentarles como algo bueno la frustración o el sufrimiento, pero hay que hacerles ver que ambos caminan con nosotros a lo largo de la vida y hay que aprender a asumirlos. Son molestos, pero bien orientados son profundamente educativos. Un niño pequeño aprende a andar a base de tropiezos, de pequeñas caídas que, poco a poco, termina por superar y lo llevan a caminar sin problemas. Hay que enseñarles a asumir problemas desde pequeñitos.

La fortaleza, que es necesaria para afrontar la vida, supone pasar por experiencias como estas: humillaciones, acoso escolar, problemas con los hermanos o amigos, no recibir todo lo que piden, disgustos en casa, problemas económicos familiares... Las personas maduran a través de experiencias dolorosas. Si no educamos a nuestros hijos para aceptarlas cuando se hacen presentes, su futuro es muy incierto. Favorecemos la creación de personalidades endebles, sin columna vertebral, que se rompen ante el primer problema que la vida les presenta. ¿No estará aquí la causa de las rupturas matrimoniales al poco tiempo de casarse? ¿No estará aquí la causa de tantas depresiones? ¿No estará aquí la causa por la que muchas personas no son felices? Quienes poseen un alto nivel de tolerancia a la frustración afrontan adecuadamente las situaciones adversas.

Entonces ¿qué debemos hacer como padres?
Primero: no provocar el sufrimiento o la frustración artificialmente.

Segundo: cuando vienen, ayudarles a asumir esa dura realidad. Ustedes preguntarán: ¿Cómo? Pues, acompañándoles afectivamente, dándoles muchas caricias psicológicas para que, apoyados, logren responsablemente vencer estas situaciones.

Tercero: explicándoles desde la razón que, por ser personas con límites, experimentamos problemas en el campo de la salud, de las relaciones, del trabajo, de la convivencia... Lo cual es normal.

Cuarto: ayudándoles a que sean ellos los que afronten el problema. Ayudar no equivale a resolver. Ellos tienen que ir consiguiendo su propia autonomía y afrontar con la madurez propia de su edad la situación.

Quinto: haciéndoles ver desde el evangelio que también Jesús vivió situaciones muy duras y, gracias a ellas, logró lo que buscaba.

Este es el modo normal de caminar por la vida. El error, el dolor, las frustraciones nos acompañan a lo largo de la vida. Una frustración puede llevarnos a hundirnos más o puede llevarnos al éxito. ¿Se puede aprender de ellas? El fracaso, más que un mal, es un aprendizaje. Einstein decía: “Una persona que nunca ha cometido un error nunca intenta nada nuevo”. El juez Emilio Calatayud, en su decálogo para maleducar a los hijos dice: “Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones que ayudan a su hijo a ser persona”. Y concluye: “Benditas las frustraciones que ayudan a su hijo a ser persona”. La frustración es desagradable, pero es un aprendizaje que nos hace madurar.

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