Eluj  Con frecuencia se oye decir a los jóvenes “estoy en problemas” y con frecuencia también se oye responder a los adultos “¡arréglense!... No se lo dicen así tan claramente. Se lo dicen de manera más solapada: “cuando sean adultos elegirán por ustedes mismos” “ya la vida les enseñará”...



Metidos en un laberinto
¡Es cierto!. A menudo, muchos adolescentes y jóvenes sienten que están metidos en verdaderos laberintos morales, en los cuales es muy difícil encontrar una salida. En realidad, aunque los adultos los acusen de ser inconstantes o irresponsables, ellos están intentando armar su propio “collage” moral. ¡Y se las arreglan como pueden! En medio de la variedad y multiplicidad de las situaciones de la vida, van tomando, de aquí y de allá, valores, verdades, engaños, trampas, oportunidades, sentidos, etc. Sus compañeros, los cantantes, los artistas y modelos de la televisión y tantos más, les presentan continuamente muy diversas maneras de ser, de actuar y de pensar y muy diferentes estilos de vida.


¿Cómo orientarse en ese laberinto?
La educación es la “llave de paso” para poder acceder a los valores y a la capacidad de distinguir lo verdadero y lo falso. Toda acción educativa tiene como meta construir la persona adulta. En esta construcción, padres e hijos compartimos deseos, esperanzas, proyectos, sueños, temperamentos, heridas y experiencias muy diferentes. Los padres son indispensables, pero los hijos son “compañeros de camino”. No están llamados a ser simples copias o “clones” de sus padres. Están llamados a ser “ellos mismos”, personas únicas e irrepetibles, destinadas a crecer, desarrollarse y alcanzar la plenitud. Por eso, en la educación no puede haber planes predeterminados, sino líneas de orientación. Y por eso, también, la educación necesita contar con guías cualificados en adultez. Lo verdaderamente indispensable para un hijo es que, al menos uno de sus padres, le demuestre en la vida de todos los días qué es comportarse como una persona adulta. El mayor regalo que le pueden hacer los padres es enseñarles a vivir.


Un sistema de valores
Todo proyecto de construcción de la persona adulta se centra en la formación de la conciencia moral. El fundamento de toda moral son los valores. Y para que los valores puedan llegar a ser elemento central y constitutivo de la vida de la persona, tienen que estar ordenados en un “sistema” coherente y jerárquico. Tienen que llegar a ser una especie de “esqueleto espiritual”.

La confusión y el desorden de los valores son causa de graves problemas. Los llamados “falsos valores” son valores auténticos desorganizados o mal entendidos. Por ejemplo: el trabajo- valor autentico- puede convertirse en una búsqueda exclusiva de la producción por encima de cualquier otra realidad -valor equivocado-; el derecho a la felicidad puede convertirse en búsqueda exclusiva del placer, el protagonismo puede transformarse en deseos exagerados de éxito, la libertad en arbitrariedad, etc. Los valores se atraen unos a otros. Si metemos la mano en una ideal “canasta de valores” y encontramos el valor fundamental, sacaremos afuera, junto con él, todos los demás valores. El valor fundamental es como el motor capaz de poner en movimiento el engranaje de todos los valores.

El valor fundamental
Para un cristiano, el valor fundamental es la dignidad de la persona humana. Esto se basa en la primera página de la Biblia que afirma: “Dios creó al hombre semejante a él, lo creo a imagen de Dios, los creo varón y mujer”. En cambio, para muchos en este mundo, la persona humana es solamente una extraña especie de animal altamente tecnificado, que busca a toda costa satisfacer sus instintos y necesidades. Un animal que antes, para vivir, se movía en la jungla y se valía de sus garras, y que ahora lo hace entre rascacielos y usando computadoras.

Elegir como valor fundamental la “dignidad de la persona humana” es creer que esta no puede ser reducida a un simple conjunto de instintos y necesidades, sino que es un ser absolutamente excepcional, distinto de todas las demás creaturas, creado y constituido por Dios de una manera única y original. Es cuerpo y espíritu, inteligencia y voluntad, capacidad de proyectar, de amar, de pensar, de crear y de coordinar la realidad en que vive.

Asumir este valor fundamental es reconocer que la persona es el vértice del universo creado: todo esta puesto para su servicio y nunca podrá ser instrumentalizada ni puesta al servicio de otras realidades. No puede ser puesta al servicio de la ciencia, ni le la política, ni de la economía, ni del Estado, ni de la producción, ni, mucho menos, de otras personas. ¡Solo tiene derecho a “mirar por encima” a otra persona cuando tiene que agacharse para ayudarla a levantarse!

Los valores esenciales
Elegir la dignidad de la persona humana como valor fundamental de la vida lleva inexorablemente a descubrir y vivir otros valores fundamentales como el respeto supremo a la vida, la necesidad absoluta de paz y la ecología. De esa manera, muchos valores instrumentales se van convirtiendo en valores esenciales: la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, la justicia, la creatividad, la interioridad. Más que alguien con quién competir y a quién hay que “pasar” por encima” o eliminar, más que un escalón para la propia afirmación personal, cada persona diferente -el prójimo- pasa a ser “un igual a mí” en dignidad. De esa manera, también el frenesí de poseer da lugar a la comunión, la búsqueda egoísta y exclusiva de los propios intereses da paso a la justicia y a la solidaridad, la opresión a la fraternidad, la competencia al acuerdo y al trabajo conjunto y solidario.

La vida se transforma, entonces, en un entramado global que llena de sentido el conjunto de pequeñas tomas de posición, decisiones y opciones que hay que asumir cotidianamente: la amistad, la bondad, la comprensión, la esperanza, la fortaleza, la fidelidad, la generosidad, la laboriosidad, la lealtad, la obediencia, el orden, el optimismo, la paciencia, la perseverancia, la prudencia, el pudor, el respeto, la sencillez, la sinceridad, la sobriedad, el sacrificio, la confianza, el deporte, el estudio, el reconocimiento, la religiosidad, la oración, etc.

En esta tarea, los adultos, que tenemos presente la totalidad del proyecto, estamos llamados a ayudar a los adolescentes y jóvenes, pacientemente y sobre todo con el ejemplo, para que puedan ir construyendo las estructuras que sostendrán su personalidad y serán la base de su conciencia moral.


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