El amor verdadero es mucho más que atracción física o un sentimiento de enamoramiento. Un matrimonio basado solamente en atracción física y en sentimientos de enamoramiento, no tiene consistencia, ni futuro. / Fotografía: Cathopic - Chunii Gomez. En el amor matrimonial está implicada toda la persona: cuerpo, corazón, mente y voluntad (Catecismo 1643).

1- El cuerpo. Es decir, la atracción física, la genitalidad. El cuerpo humano, en cuanto sexuado, manifiesta una atracción natural hacia el otro sexo en vistas de la complementariedad afectiva y de la procreación. El cuerpo humano sexuado manifiesta la vocación al amor y al mutuo don de sí, entre el varón y la mujer. Están hechos para formar ‘una sola carne’.

2- El corazón. Es decir, los sentimientos, el enamoramiento. Los sentimientos son importantes en el amor. El amor siempre requiere la donación del propio corazón. Pero no es lo único. Recordemos lo que enseña la Biblia sobre el corazón en Jer 17,9: “El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?”. Una persona soltera puede “enamorarse” de una persona casada. En este caso, enamorarse no es motivo para iniciar una relación amorosa. La razón le dice a la persona que deberá buscar el amor en otra dirección. El matrimonio no puede fundamentarse únicamente en el enamoramiento. Los sentimientos son buenos y necesarios. Pero son cambiantes y no siempre los controlamos.

3- La razón o la inteligencia. Por eso es necesario pensar y sopesar las razones que indican la conveniencia o no conveniencia de entregarse el uno al otro para siempre. Sin este elemento racional, el amor realmente sería ciego. Recordemos que es el cerebro, y no los genitales ni el corazón, el órgano sexual más importante, tanto del varón como de la mujer. El corazón debe permitir que la razón examine la situación para conocer los hechos y captar los valores que están en juego. La razón debe controlar los sentimientos, y no al revés.

4- La voluntad. Si el amor es verdadero quiere durar siempre. Por eso se refuerza con una decisión de la voluntad libre. El amor conyugal es esencialmente un compromiso con la otra persona, compromiso que se asume con un acto de voluntad.

En esto están de acuerdo también los mejores psicólogos. Ver al respecto la obrita El arte de amar del famoso psicólogo judío Erick Fromm para quien, como resultado de sus investigaciones profesionales, el amor es, precisamente, una decisión de la voluntad. El ser humano, cuando advierte que su amor es auténtico, toma la decisión de amar; y dice: “Yo decido amarte, y me comprometo a amarte”.

Pues bien, esta decisión es lo que constituye el matrimonio. Lo único que la celebración de la boda añade a la voluntad de los novios de amarse fielmente para siempre, es el reconocimiento y la garantía de la sociedad civil y religiosa.

El reconocimiento jurídico y público del amor de la pareja es necesario en la medida en que dicho amor tiene repercusiones jurídicas y sociales, y no es una cuestión simplemente privada. De hecho, la Iglesia prohíbe los matrimonios clandestinos.

La importancia de la decisión de la voluntad, como parte fundamental del matrimonio, queda reflejada en la fórmula central del rito de la boda.

Dice el varón:
Yo, Fulano de Tal, te recibo a ti, Menganita, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Y lo mismo dice después la mujer.

Por eso decimos que los contrayentes mismos son los ministros del sacramento del matrimonio. El sacerdote no los casa: el presbítero solo es el testigo cualificado por parte de la Iglesia. Los novios se casan mutuamente entre sí.

Queda claro que el amor verdadero es mucho más que atracción física o un sentimiento de enamoramiento. Un matrimonio basado solamente en atracción física y en sentimientos de enamoramiento, no tiene consistencia, ni futuro.

La expresión frecuente: ‘es que yo la quería, pero ahora ya no la amo’, encierra, muy probablemente, la realidad muy diversa de que nunca la quiso de verdad. Tal vez se debería decir más sinceramente: ‘antes me gustaba y ahora ya no la deseo’. Pero eso no es amor.

Aparece clara, por eso mismo, la urgencia de preparar a los jóvenes para el matrimonio. La sociedad invierte muchos años para preparar un ingeniero. ¿Y cuánto tiempo invertimos para preparar esposos fieles y padres responsables?
Muchas parejas fracasan por falta de preparación antes del matrimonio.

 

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