Una vez afirmado que la familia es una institución natural, hay que afirmar también su radical condición de institución cultural. Dejando momentáneamente a un lado la enseñanza específicamente católica, sobre el matrimonio, podemos constatar (de la mano de Elio A. Gallego), que la familia es, de por sí, una institución natural existente en todas las culturas conocidas y en todas las épocas. Y es así, aunque la moderna ideología de género afirme lo contrario.

A la pregunta por cuáles son los rasgos propios que hacen de la familia algo perfectamente identificable en cualquier circunstancia de tiempo y lugar responde el antropólogo Claude Lévi-Strauss:
- La familia tiene su origen en el matrimonio.
- Está formada por el marido, la esposa y los hijos nacidos del matrimonio, aunque es concebible que también otros parientes encuentren su lugar cerca del grupo nuclear.
- Los miembros de la familia están unidos por: a) lazos legales; b) derechos y obligaciones económicas, religiosas y de otro tipo; y c) una red precisa de derechos y prohibiciones sexuales, más una cantidad variable y diversificada de sentimientos psicológicos, tales como amor, afecto, respeto, temor, etc.


La primera vez que se puso en cuestión el carácter natural y universal de la familia fue en los inicios del s. XIX. La idea dominante fue que el elemento originario en las sociedades primitivas no era la familia sino un estado de promiscuidad sexual. Como conclusión, la familia no pasaba de ser un estado más de la evolución social, poniéndose de manifiesto el carácter no necesario del hecho familiar.


Este planteamiento fue asumido y divulgado por Engels, quien en su conocida obre El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, sostiene la tesis según la cual ‘el desarrollo de la familia en la historia primitiva consiste en un el estrecharse el círculo que originariamente abrazaba a toda la tribu’. Tribu donde imperaba -en opinión de Engels- un ‘comercio sexual sin límites’.


Estas teorías fueron rechazadas por todos los sociólogos científicos (Goldberg). La moderna antropología científica plantea que “no hay motivo para creer que el hombre, desde que se elevó por encima de la condición animal, haya tenido unan forma básica de organización social sustancialmente distinta de la nuestra” (Claude Lévi-Strauss). “El hecho sorprendente -continúa este autor- es que en todas partes se distingue entre matrimonio, es decir lazo legal entre un hombre y una mujer aprobado por el grupo, y las formas de asociación sexual pasajera. Todas las sociedades poseen algún sistema que les permite distinguir entre las uniones libres y las uniones legítimas”.


Resulta así que no solo la familia resulta universal: también lo es el matrimonio, como realidades de suyo inseparables. No hay familia sin matrimonio, y viceversa. El matrimonio es una institución universal, a pesar de que en toda sociedad haya individuos que no se casen.


Una vez afirmado que la familia es una institución natural, hay que afirmar también su radical condición de institución cultural. La construcción de familias es obra del esfuerzo creativo de los hombres, de la genialidad de un pueblo o una cultura en su esfuerzo por institucionalizar la naturaleza que le ha sido dada.


Porque ¿cuál es el principio genético de todo ser humano? Un padre y una madre. Todos procedemos de ahí. Y por eso el hombre y la mujer tienden por naturaleza a constituirse en padre y madre. Pero no de un modo mecánico o meramente instintivo, sino a través de una decisión de su libertad. En este sentido, la constitución de una nueva familia se presenta a la libertad del ser humano como uno de los retos más fundamentales de su vida. En principio todo hombre está en condiciones de ser fundador de una familia, de introducir una novedad que, a su vez, sea origen de nuevas vidas, para la renovación del mundo, de su mundo, a través de la natalidad, y convertirse así en padre o madre.

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