Vivir, ayudar y amar juntos; jóvenes y adultos, sanos y enfermos, juntos.

No debemos dejarnos “definir” por la enfermedad, o por los problemas, porque no somos nosotros una enfermedad, no somos un problema. Cada uno de nosotros es un regalo, es un don, un don único aveces con sus límites, pero un don valioso y sagrado para Dios, para la comunidad cristiana y para la comunidad humana. Entonces, así como somos, enriquezcamos el conjunto y dejémonos enriquecer por el conjunto.

La Iglesia “no es un museo de arqueología —algunos la piensan así, pero no es—, es la antigua fuente del pueblo que suministra el agua a las generaciones actuales”. La fuente sirve para apagar la sed de las personas que llegan, con el peso del viaje o de la vida. Y son concreción, por tanto, atención al “aquí y ahora”.

Cuando no se pierde tiempo en lamentarse de la realidad, sino que nos preocupamos por afrontar las necesidades concretas, con alegría y confianza en la Providencia, ocurren cosas maravillosas.

Todos somos frágiles y menesterosos, pero la mirada de compasión del Evangelio nos lleva a ver lo que le falta a quien más necesita. Y a servir a los pobres, los excluidos, los marginados, los descartados, los pequeños, los indefensos. Ellos son el tesoro de la Iglesia, son los preferidos de Dios. Y, entre ellos, recordemos que no debemos hacer distinciones.
Para un cristiano no hay preferencias ante el necesitado que llama a nuestra puerta, ya sean connacionales o extranjeros, pertenecientes a un grupo o a otro, jóvenes o ancianos, simpáticos o antipáticos.

Ayudar a los demás es un don para uno mismo y hace bien a todos. Amar es un don para todos.

Sigan haciendo de sus vidas un regalo de amor y de alegría.

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
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