La calma se vuelve caos, llevando todo al límite. Surgen muchas dudas: ¿Cómo lidiar con ello?, Transcurren los días y las horas, y de forma silenciosa algo se transforma en mí. La calma se vuelve caos, llevando todo al límite. Surgen muchas dudas: ¿Cómo lidiar con ello?, ¿estoy realmente preparado para afrontarlo?, ¿cómo se siente mi espíritu ante esta nueva realidad? Interrogantes que surgieron en el camino de mi enfermedad: parálisis parcial del lado izquierdo de mi cara.

La rutina diaria, las responsabilidades laborales y personales junto al ruidoso entorno se conjugaron para desestabilizarme. Las alarmas sonaron dentro de mí. Días previos a un evento importante, la enfermedad se manifestó en fuertes punzadas en los músculos del cuello. Consecuencias: poca productividad, escasa concentración, dificultad de conciliar el sueño. Otros síntomas aparecieron: pérdida moderada en la movilidad de mis músculos faciales, audición deficiente y descoordinación al hablar.

Ser preventivo y positivo fue la clave para afrontar la crisis. Todo cambió. Mi mente se volvió confusa, temerosa, ansiosa. Me hundí. Pero debía dar un paso adelante. Primero, tratarme físicamente. El diagnóstico decía: “Entre seis y nueve meses verás mejorías. Depende de ti” Estuve tentado de rendirme. Las primeras terapias fueron insoportables, pero el tiempo daría la razón. Ocho meses después se notó el progreso.

Decidí guardar para mí esta experiencia. Quise probar cuán capaz era de llevarla. Sabía que esto volvería a pasar si no me cuidaba. Y lo conseguí. Pero no estuve solo. Las oraciones y el apoyo emocional de muchas personas amigas abonaron a que este proceso fuese menos doloroso.

A veces no cuidamos nuestra salud mental. Esta influye en nuestra vida diaria, ayudándonos a disfrutar de los beneficios de un buen vivir.

 

 

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