Ellos mismos van tomando conciencia El Señor despierta fascinación en muchísimos jóvenes y tal atracción tiene mucho que ver con la fe y con la llamada que Dios hace a cada uno de sus hijos e hijas a vivir la vida como vocación a la alegría del amor.
Esta fe lleva a los jóvenes a sentirse cautivados por el modo de ver, de acoger, de relacionarse, y de vivir de Jesús, y les ensancha la vida. Por eso, la fe no es un refugio para gente pusilánime.

Esta propuesta de fe se fundamenta en la certeza de que creemos realmente que Dios nos ama y ama a los jóvenes. Creemos que Jesús, el Señor, quiere compartir su Vida con ellos, y creemos que el Espíritu Santo se hace presente en los jóvenes y opera en cada uno de ellos.

A la luz de esta fe, que gradualmente irá madurando en la vida de los jóvenes que se dejan tocar por Dios, ellos mismos van tomando conciencia del proyecto de amor apasionado que Dios tiene para cada uno, y descubren la vocación a la alegría del amor como llamada fundamental que Dios pone en el corazón de cada joven para que su existencia pueda dar fruto.

Este camino requiere una actitud de apertura a la escucha del Espíritu, en diálogo con la Palabra de Dios, en el espacio más íntimo y sagrado que conoce la persona humana, que es la conciencia.

Este camino se recorre, no pocas veces, porque existe una sed de búsqueda originada por algunas situaciones vitales en las que se encuentran los jóvenes, o los esposos en su matrimonio, o las mismas familias:

Situaciones que llevan a la persona, al joven, al matrimonio, o a algún miembro de la familia, a sentir la necesidad de dar a su vida un significado profundo, también desde la fe. A veces porque se experimenta vitalmente que algo no va bien.

Momentos en los que no se está bien, no se vive en armonía interior, y no se encuentra sentido pleno en lo que uno vive, o en el ‘nosotros’ del matrimonio, o en la familia. La situación se manifiesta, en la práctica, en un ‘vacío existencial’ que, con frecuencia, genera desorientación personal, malestar, tristeza y falta de esperanza.

Contando además con que en algunas sociedades vivimos —y nos hacen vivir— tan volcados al exterior, como en un escaparate que expone lo se ha de ‘vender’, que no caben las limitaciones ni los defectos, y donde pareciera que no se puede envejecer ni cumplir años porque está mal visto. Y se necesita más que nunca, una educación y un camino personal y comunitario, una escucha y diálogo que ayude a la profundidad e interioridad de vida.

El Espíritu Santo habla y actúa en la vida de cada persona a través de los acontecimientos de su propia vida y de la de otros. Habla también por medio de múltiples mediaciones. Pero los hechos, las experiencias, los acontecimientos, las vivencias pueden ser en sí mismos mudos o ambiguos, ya que estarán siempre sujetos a interpretaciones muy diferentes y subjetivas. Iluminarlas con el método adecuado será un fruto de todo.

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