Amor compartido Las legítimas conquistas realizadas por la mujer hasta alcanzar los mismos derechos civiles y políticos que el varón, son dignas de alabar. Pero hoy día la tendencia está llevando, en algunos grupos, hacia una rivalidad entre los sexos. Ello ha introducido confusión y consecuencias negativas para la estructura de la familia.


Para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo, hoy se tiende a cancelar las diferencias, pues las consideran como simples efectos de cambios culturales.

Oscurecer la diferencia entre los sexos produce el cuestionamiento de la familia compuesta de padre y madre y la equiparación de la homosexualidad con la heterosexualidad.

Lo que produce esta actitud es el deseo de la persona humana de liberarse de sus diferencias biológicas. La naturaleza humana no incluye, según algunos, características biológicas que se deban imponer de manera absoluta. Cada persona debe poder configurarse a sí misma según sus propios deseos.

Esto implica una crítica a la Sagradas Escrituras pues, según dicen algunos, la Biblia transmite una concepción patriarcal de Dios, alimentada por una cultura machista.

Pero la verdad revelada en el Génesis sobre el ser humano, como imagen y semejanza de Dios, constituye la base inmutable de la visión cristiana. “Creó Dios al ser humano a imagen suya, varón y mujer los creó” (Gn 1,26-27). La humanidad es descrita aquí como la relación complementaria de lo masculino con lo femenino.

La segunda narración de la creación (Gn 2,4-25), confirma la importancia de la diferencia sexual. Adán aparece en una soledad que no es buena, y necesita una ayuda adecuada. Solo la mujer, creada de su misma ‘carne’, hará posible superar la soledad y garantizar un porvenir a la humanidad. Desde el principio aparecen el hombre y la mujer como ‘unidad de dos en una sola carne’. De esta manera, el cuerpo humano es capaz de expresar amor, en la comunión de personas, a imagen de Dios-Trinidad.

El pecado original alteró nuestra relación con el Creador. Como consecuencia, afectó también el modo de vivir la sexualidad. Las palabras del Gn 3,16 a la mujer: “hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará”, son una prueba de ello: A menudo el amor queda reducido a pura búsqueda de sí mismo. En esta trágica situación se pierde la igualdad, el respeto y el amor.

La Iglesia enseña que el varón y la mujer son personas iguales pero complementarias, tanto física como sicológicamente, dando lugar a una armónica unidad, y no a una competencia entre los sexos.

La sexualidad no puede ser reducida solo al plano biológico, sino que es un elemento básico de toda la personalidad, un modo propio de ser, de sentir, de expresar y vivir el amor.
Pero la relación interpersonal ahora necesita ser sanada. Génesis 3,15 ofrece la promesa divina de un salvador. Esta promesa, antes de realizarse, tendrá una larga y paciente preparación en el Antiguo Testamento hasta que se cumpla en Jesucristo.

Ante la pregunta sobre el divorcio (Mt 19,1-9), Jesús recuerda las exigencias del matrimonio entre el hombre y la mujer queridas por Dios creador desde el principio: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

A pesar de que cierto discurso feminista reivindica exigencias egoístas, la mujer conserva la profunda intuición de que lo mejor de su vida está hecho de actividades orientadas al crecimiento y protección de los demás, lo cual está unido a su capacidad física de dar vida. En última instancia todo ser humano está destinado para servir a los demás. Pero la mujer posee la capacidad de hacer posible la vida incluso en situaciones extremas, y de recordar el precio de cada vida humana. Así se entiende el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social. La mujer tiene que reconocer los valores singulares y de gran eficacia de amor por los demás del que su feminidad es portadora.

Esto implica, además, que las mujeres estén presentes en el mundo del trabajo y de la organización social, y que tengan acceso a puestos de responsabilidad, que les ofrezcan la posibilidad de inspirar las políticas de las naciones y de promover soluciones innovadoras para los problemas económicos y sociales.

Pero no se puede olvidar que la combinación de familia y trabajo asume, en el caso de la mujer, características diferentes al varón. Se plantea, por tanto, el problema de armonizar la legislación y la organización de su trabajo. Se necesita una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia.

Estas observaciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe quieren corregir el error que considera a los varones como enemigos que hay que vencer. La mutua relación entre varón y mujer debe ser vivida en la paz y felicidad del amor compartido.

 

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