Misericordia es el criterio para saber quiénes son hijos del Padre. En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia.

Conocemos estas parábolas: la de la oveja perdida, la de la moneda extraviada y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.

De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces sería necesario perdonar, Jesús responde: « No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete » (Mt 18,22) y pronunció la parábola del “siervo despiadado”.

Este siervo, llamado por el patrón a restituir una grande suma, le suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía unas pocas monedas, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: « ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti? » (Mt 18,33). Y Jesús concluye: « Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos » (Mt 18,35).

La misericordia es criterio para saber quiénes son realmente los verdaderos hijos del Padre.

El perdón de las ofensas es la expresión más evidente del amor misericordioso, y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir.

El perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices.

Como ama el Padre, así aman los hijos. Como él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.
Sin el testimonio del perdón, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado.

El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.
Donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.

“Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso.” Es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz.

 


Hijo pródigo Hijo Pródigo

Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores.

Levantándose, fue a su padre.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó.

Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.

Pero el padre dijo a sus siervos: Pronto; traigan la mejor ropa y vístanlo; pónganle un anillo en su mano y sandalias en los pies. Traigan el becerro engordado, mátenlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.

Y comenzaron a hacer fiesta.


 

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