Ilustración: Erica Guilande-Nachez Tuve la curiosidad de ver cómo define el Diccionario de la Real Academia la palabra “misericordia”. Dice: Es la “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos”.

Si es así, entonces hay que concluir que todo Don Bosco, toda su vida, fue un acto de misericordia.

Ustedes conocen su vida. Saben que desde que era simplemente “Juanito Bosco”, nunca aspiró a su propio bienestar, a sueños de éxitos personales. Su sueño era estudiar y llegar a ser sacerdote para consagrar su vida al bien de los muchachos. Y no esperó a ser sacerdote para empezar esa misión. Ya desde que era muchachito reunía a los niños de la aldea, los divertía con juegos y lecturas amenas, los encaminaba al bien repitiéndoles el sermón que había escuchado esa mañana en la iglesia.

Más adelante, en Chieri, mientras estudiaba la secundaria, formó con sus compañeros la “Sociedad de la Alegría” para ayudarlos a ser buenos estudiantes, buenos hijos y buenos cristianos. Juegos, reuniones, repasos, excursiones…, todo le servía para hacerles el bien.

Y al fin fue sacerdote. Y ahora ¿qué hacer? Le hicieron varias propuestas de empleo, empleos cómodos y bien retribuidos. Pero Don Bosco los dejó a un lado y se lanzó a buscar a los muchachos de las calles. Eran muchachos inmigrantes, que dejaban sus pueblos y montañas y venían a la ciudad a buscar trabajo. Eran pobres e ignorantes, algunos eran huérfanos. Vagaban por las periferias, o trabajaban en construcciones, en barberías, en cafeterías, en el mercado. Algunos habían experimentado la cárcel. Don Bosco los visitaba, se los hacía amigos, los invitaba a ir con él el día domingo.

Poco a poco Don Bosco, pobre él también, fue creando para ellos esa maravilla que es el “Oratorio”: una armónica mezcla de juegos, catecismo, refrigerio, misa. Allí los muchachos encontraban un ambiente de amistad y de fiesta. Y, sobre todo, encontraban a Don Bosco, que era para ellos un padre, un amigo, un maestro. Jugaba con ellos, les predicaba en su mismo dialecto, les enseñaba cantos, los confesaba horas y horas. A los que no tenían hogar los fue recibiendo en su misma casa. A los que no tenían trabajo les buscaba un buen taller. Para los que no sabían leer inventó las clases nocturnas.

Ejercía su apostolado también en la cárcel de menores. Un día Don Bosco se presentó al Ministro y le pidió permiso para llevar de paseo a los muchachos allí encerrados. “¿Está loco? Se le van a escapar todos”, le objetó el Ministro; pero al fin cedió. Don Bosco no quiso consigo guardias ni vigilantes. Fue un día feliz para los muchachos; ninguno se escapó.

El resto ustedes lo saben. El número de muchachos crecía. Y Don Bosco amplió la casa, creando para ellos aulas, talleres, patios, iglesia. Fomentó la banda musical, el coro, el teatro; y, robando horas al sueño nocturno, escribió para ellos libros amenos, libros de historia y de formación religiosa. Él los quería mucho, y un día se los dijo: “Yo por ustedes estudio, por ustedes trabajo, por ustedes vivo, por ustedes estoy dispuesto incluso a dar mi vida. Ustedes son la razón de mi vida”.

Y no contento con los muchachos de Turín, Don Bosco ensanchó su mirada y fundó obras en toda Italia, en Francia, España,… y hasta los lejanos países de América: “Oratorios” y “Escuelas de Artes y Oficios”, en donde los jóvenes se instruían, se capacitaban, se dignificaban.

Su pensamiento iba de preferencia a los muchachos de las clases populares, a los jóvenes “pobres, abandonados y en peligros”. Antes de morir dejó escrito a los salesianos: “El mundo nos recibirá siempre con agrado mientras nuestras preocupaciones se dirijan a los indígenas, a los niños más pobres y en mayor peligro de la sociedad. Este es para nosotros el verdadero bienestar, que nadie envidiará ni vendrá a robarnos”. Un día a un muchacho pobre que no podía pagar la cuota mensual, le dijo: “Si te expulsan por la puerta de la recepción, tú vuelve a entrar por la puerta de la sacristía”. Ese era el corazón “misericordioso” de Don Bosco.

A Don Bosco no le faltaron dificultades, incomprensiones, oposiciones; incluso atentados a balazos y bastonazos. Pero a nadie le guardó rencor, de nadie se sintió enemigo; a todos ayudaba, a todos quiso ganarlos para el Señor. “Almas es lo que quiero, lo demás no me interesa”.

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