En el papa Francisco no hemos escuchado palabras sobre la fe, pero hemos visto la belleza de la fe en Jesús. Hemos visto gestos de caridad, de cercanía, de esperanza. Gestos que eran “homilías” continuas que han tocado los corazones de todos. El ministerio del Papa en Río era un ministerio del gesto que se hizo palabra; hablaba a todos, y todos lo entendíamos, y muy bien. Gestos que nos hacen reflexionar mucho, ¡tal vez incluso, nos han puesto en crisis!

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El lenguaje del papa Francisco es el testimonio. Su mensaje es el gesto simple y auténtico y por tanto convincente. No tiene nada de formal o artificial. Los jóvenes -que son observadores finos y sensibles a los gestos de fachada y a las palabras banales- han visto en las del Papa Francisco expresiones de profunda caridad, de total libertad, de completa donación de sí mismo. Cuando saludó a los chicos en el escenario, en frente a los millones que tenía, por un momento desaparecieron; decía a quienes tenía delante que se sentía escuchado, bienvenido, una persona a la que daban toda su atención, su sonrisa, su bendición y, luego, también su palabra.

 

El lenguaje de la cotidianidad constituye la teología del Papa Francisco. Los ejemplos tomados de la vida cotidiana esconden una sabiduría pedagógica que sabe entregar de forma directa, inmediata y permanente un mensaje fuerte; de hecho Jesús enseñó utilizando las parábolas. Para los jóvenes, después de escuchar a Papa Francisco, permanece la imagen de un amigo peregrino, que comparte con ellos lo que él es. No solo lo entienden rápidamente, sino que son impactados por lo que dice. No sienten arrogancia o prepotencia. No se sienten invadidos en su espacio personal e individual; por el contrario, quieren que se quede allí, a su lado.

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