rostro La nueva evangelización, para que pueda transmitir la fe, debe ser algo más que la simple multiplicación de lo que hemos hecho hasta ahora. Los diferentes recorridos de la evangelización deben conciliar tres experiencias concretas y fundamentales.

En primer lugar, la experiencia de la paternidad de Dios. Un encuentro con Cristo y un recorrido de discipulado con él, y debe permitir la experiencia fundamental y originaria de Jesús: la filiación. Además, será oportuno que nos acordemos del kerigma inicial de Jesús: Dios está cerca, su paternidad está activa, el Reino de Dios está cercano. Los que, por la gracia del Espíritu Santo, llegan a esta experiencia encuentran para siempre el sentido de la vida y poseen la fuerza de realizar el proyecto que Dios ha previsto para ellos.

En segundo lugar, es necesario hacer concretamente la experiencia de la comunidad cristiana. Desde el momento que se trata de un acto eclesial, la nueva evangelización debe reforzar la comunidad en todos los niveles: la familia como primera Iglesia doméstica, las pequeñas comunidades eclesiales como espacio fundamental de vida, la parroquia como centro vital de espiritualidad y pastoral en la cual se integran y adquieren el sentido de realidades diferentes, y la Iglesia particular que hace concreto y auténtico el misterio de la Iglesia.


En tercer lugar, es preciso hacer la experiencia de la alegría de dar a Dios a los otros. Transmitir la fe no es una carga, sino una necesidad, una ganancia, es la vida misma de quienes viven las experiencias citadas arriba. Ay de mí si no anuncio el Evangelio, decía san Pablo. La verdadera evangelización proviene del contacto con Dios y con los hombres bajo la guía del Espíritu Santo. Es el testimonio, humilde y audaz, de lo que se vive y que no se puede mantener en silencio.

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