luz La Iglesia, el cristiano y sobre todo el papa, debe contar con que el testimonio que tiene que dar se convierta en escándalo, no sea aceptado, y que, entonces, sea puesto en la situación de testigo, en la situación de Cristo sufriente.
Benedicto XVI

Jesús utilizó el símbolo fuerte y elocuente de la luz para identificar a su comunidad de discípulos.

La Iglesia tiene como misión iluminar al mundo. Tarea retadora, pero arriesgada.

Iluminar implica echar luz sobre las tinieblas que oscurecen la vida de los hombres. La Iglesia es portadora de Cristo, luz del mundo. Una luz poderosa, capaz de desterrar las tinieblas.


Jesús se vio envuelto en un conflicto terrible y constante con los poderes del mal. A veces es el demonio quien intenta desviar a Jesús de su misión. Otras, son los aliados del demonio, los enemigos de Jesús, que entran en colisión con el fresco anuncio del evangelio. De hecho, Jesús fue una amenaza para muchas personas. La buena noticia es que Jesús es más poderoso que el demonio.

A la Iglesia le toca enfrentar también el mismo conflicto. La luz que lleva en sí choca con las tinieblas.
Es propio del Evangelio suscitar conflictos, pues invita a un estilo de vida en contraste total con las ideologías de moda.

La Iglesia denuncia la injusticia, la guerra, la pobreza, el armamentismo, la codicia institucionalizada, la inmoralidad sexual, el aborto, la eutanasia, el comercio injusto, la corrupción política.

Al formular estas denuncias, toca poderosos intereses que reaccionan vivamente atacándola y desautorizándola.

La Iglesia es la conciencia de la humanidad. Debe señalar con la mayor claridad toda tendencia que conduzca a la deshumanización de la persona.

Pero ese servicio a la humanidad comporta sufrimiento. Así se explican las persecuciones, calumnias, impopularidad, intentos de manipulación. Son las fuerzas del mal que tratan de amordazar o eliminar a la Iglesia.

O se busca de modo más refinado domesticarla. Es decir, reducirla a un rol puramente decorativo o pseudoespiritual, una espiritualidad que no toque los egoísmos individuales o colectivos.

La Iglesia es consciente de su vocación de mártir. Su presencia en la comunidad internacional o nacional es incómoda.

La comunidad eclesial, fieles y ministros, viven constantemente la tentación de “bendecir” las tendencias deshumanizadoras que pretenden imponerse bajo el signo de modernidad. O sea, acomodarse a las ideologías de moda y así ganar “prestigio”.

Ser cristiano es vivir a contrapelo de la moda, con la incomodidad que esa conducta conlleva. La vida cristiana genuina será siempre una vida crucificada, pues lleva en sí una denuncia silenciosa de las aberraciones morales. Ser cristiano coherente exige, por tanto, una dosis fuerte de valentía.

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