Familias reconstruidas Las Familias reconstruidas son aquellas que se forman tras la disolución de una unidad familiar previa. Aparece entonces un nuevo cónyuge que no tiene relación biológica con los hijos de su nueva pareja. El nuevo cónyuge puede introducir a sus propios hijos en la nueva unidad familiar.

En nuestros días se forman con frecuencia este tipo de familias después de un divorcio. Se crean así papeles nuevos: padrastro, madrastra, hijastros, hermanastros, medio hermano, etcétera.

La doctora Anna Kwak, de la Universidad de Varsovia tiene interesantes investigaciones en sociología de las relaciones familiares. Según ella, las características de las familias reconstruidas son las siguientes :

- Uno de los padres biológicos de un niño está fuera de la nueva familia, viviendo separadamente.

- Todos los miembros de la familia original han experimentado la ruptura de los lazos originales que tenían antes de la marcha de un cónyuge o progenitor.

- El progenitor no biológico viene a desarrollar un papel nuevo, que no está claramente descrito en los modelos sociales.

- Los niños son así miembros de más de una familia.

En esta nueva estructura familiar se da mayor complejidad, más estrés, conflictos de lealtad y ambigüedad de papeles. Hay mayor número de abuelos, tías, primos y suegros.

Niños que anteriormente no se conocían, deben, de repente, considerarse hermanos. Puede surgir atracción sexual entre padrastros e hijastras. ¡Cuántas mamás pasan apuros vigilando las relaciones de su nueva pareja con sus propias hijas!

La autoridad paterna y los medios de subsistencia serán probablemente compartidos con la anterior pareja de uno o de ambos de los cónyuges actuales.

 

Hogares agobiados

La ambigüedad de las relaciones reconstruidas genera estrés debido a:

  • La presencia de hijos de anteriores relaciones, o su ausencia.
  • A la falta de claridad en la definición de relaciones adecuadas entre la familia actual y la anterior.
  • A los problemas financieros a causa de las obligaciones del progenitor no biológico para con su anterior situación familiar. Por ejemplo, las expectativas de la pareja anterior sobre la contribución económica para la educación de los hijos comunes, y el conflicto del nuevo miembro ante la necesidad de mantener a hijastros no relacionados biológicamente con él.

El deber de amar y cuidar a los hijos que no son de uno, puede contradecir los sentimientos del nuevo cónyuge. El progenitor biológico tiene aún derecho a ejercer influencia sobre su hijo. Por lo tanto el progenitor no biológico aunque esté motivado para ser progenitor es al mismo tiempo un 'no-progenitor'. Esto le puede llevar a desarrollar un papel que se parece más al de un colega y compañero de juegos. Siempre queda la inseguridad de si el papel se desarrolla adecuadamente o no, pues no hay ningún modelo que sirva de referencia. El progenitor biológico, aunque esté ausente, puede ser excesivamente sensible a la actitud que el progenitor no biológico mantiene con su hijo.

En este contexto, no se puede esperar que un niño borre los lazos afectivos que tenía con su papá que se fue. Algunos niños pueden ser hostiles e incluso malévolos con el padrastro o madrastra, pues los consideran únicamente como el novio de su madre, pero no como un padre para ellos mismos.

Esta realidad evidencia que el niño ha “perdido” a uno de sus padres y, por tanto, su conciencia de seguridad se ve alterada por el cambio. Surge entonces la pregunta: ¿nacerá en él una nueva relación de apego hacia otra persona?

Con frecuencia, el progenitor no biológico tiende a asumir el papel de “verdadero padre”. Sin embargo, esta actitud puede resultar contraproducente: puede causar una indisposición más profunda hacia él, puesto que, en realidad, no es su padre.

A ello se suma que no sólo el niño, sino también los amigos y familiares, pueden tratar al nuevo progenitor como a un intruso o incluso un usurpador.

En definitiva, ¿no reflejan todas estas actitudes que, en el fondo, existe en todas las personas —e incluso en los niños— un sentimiento natural imborrable de que el matrimonio es, de por sí, indisoluble y que las nuevas formas de familia nunca van a funcionar de la misma manera?

Tenía razón Juan Pablo II cuando dijo a la Rota Romana en 2002: “El valor de la indisolubilidad del matrimonio no puede considerarse como objeto de una mera elección privada: afecta a uno de los fundamentos de toda la sociedad”.

 

 “Existe en todas las personas —e incluso en los niños— un sentimiento natural imborrable de que el matrimonio es, de por sí, indisoluble y que las nuevas formas de familia nunca van a funcionar de la misma manera?”

 

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