Un mensaje de texto o el sonido del celular; alguien toca nuestro hombro o la puerta de nuestro hogar… Estas situaciones, y muchas más, nos hacen reaccionar y provocan una respuesta. Precisamente, para suscitar una respuesta es necesario algún tipo de llamada que capte nuestra atención, que nos mueva o nos invite a realizar una acción.
No podemos negar que toda llamada tiene en sí misma un tono de sorpresa y asombro que despierta nuestra curiosidad. Existen diversas llamadas: desde la invitación de un amigo para compartir un momento de diálogo, hasta aquellas que cambian completamente nuestra vida —ya sea positiva o negativamente—, como la propuesta de un nuevo empleo o la noticia de que serás padre o madre. Lo que sí debemos afirmar es que toda llamada implicará una respuesta, en la cual se acepta o se rechaza la invitación o la propuesta que dicha llamada ha hecho a nuestra existencia.
Pero hay llamadas que, además de ser impactantes, llenan el corazón de alegría, especialmente las que provienen de personas que amamos o de situaciones que implican una buena noticia. Y existe una buena noticia por excelencia: Jesucristo, su vida y su Palabra, como una propuesta que inquieta y motiva acciones concretas.
Convocados de diferentes formas
La llamada de la Buena Nueva de Jesucristo la podemos percibir de muchas maneras: cuando sentimos el impulso de ayudar a alguien, cuando buscamos la justicia, cuando queremos vivir en la verdad, cuando promovemos la vida. Estas y otras propuestas del Evangelio nos invitan a optar, y si optamos por la realización del Evangelio, siempre dejará en nuestro corazón algo profundo. Ese sentimiento lo podemos relacionar con satisfacción y alegría, pero no con una alegría pasajera, sino con una alegría que sabe a plenitud, a la realización.
En algunos casos, podemos experimentar la llamada de Jesús como una invitación particular a realizar una tarea específica. Esta llamada puede implicar la toma de decisiones personales que requieren mayor tiempo para poder responder, ya que la invitación que recibimos del Señor exige un grado de compromiso mayor que la cotidianidad de la vida cristiana. Por eso, se hace necesario buscar el tiempo, las personas y los medios adecuados para pensar en la respuesta que vamos a dar.
No estoy hablando únicamente de una respuesta a la vida consagrada. El Señor también nos puede llamar a ser padres de familia, a liderar un grupo dentro de la Iglesia o en la sociedad, o incluso a tomar decisiones difíciles, como terminar con una situación que nos quita la paz.
Entre estas llamadas, por supuesto, también está la propuesta de seguir la vida de Jesús al estilo de la vida consagrada. Y, como en todos los casos anteriores, esto demandará que cada uno se tome el tiempo necesario para dar una respuesta, teniendo en cuenta que somos libres de responder positiva o negativamente a cada invitación.
Llamadas que marcan la vida
Hay que tener en cuenta que las llamadas de Dios, a través de la persona de Jesús o la acción del Espíritu Santo, muchas veces nos asustan y nos causan temor. No porque se nos pida algo que pueda hacernos daño, sino porque se nos invita a tomar decisiones que afectan toda nuestra vida y nos sacan de un espacio de confort en el que creemos estar bien. Pero la resistencia a dar una respuesta puede deberse a nuestra propia fragilidad humana o a una trampa espiritual que nos lleve a responder negativamente a una propuesta vocacional, en cualquier estado de vida cristiana.
Todos, en algún momento de la vida, recibimos una llamada de Dios para una tarea particular. Muchas veces no nos percatamos de ella; es más, algunos afirman que nunca han recibido una llamada así. Pero desde el momento en que nacemos somos llamados a la vida; luego, a través del bautismo, somos llamados a la fe; y, en la vida adulta, se nos invita a optar por el estilo de vida que queremos vivir, de acuerdo con la llamada universal de la Buena Nueva de Jesús.
La diferencia de la llamada de Dios, en comparación con otras, es que la propuesta que nos hace el Señor nos lleva a alcanzar la versión más plena de nosotros mismos. Nos permite desarrollar de manera óptima los dones que hemos recibido, y estos se manifiestan en el servicio y el amor a los demás. Entonces brota en cada uno la gratitud por la invitación hecha por Dios y la profunda alegría de haber sido llamados.
“No estoy hablando únicamente de una respuesta a la vida consagrada. El Señor también nos puede llamar a ser padres de familia, a liderar un grupo dentro de la Iglesia o en la sociedad”.