Educar como DB 1 Día a día aumenta, de manera exponencial, el número de niños y adolescentes que somatizan lo que les pasa e incorporan a sus personas las dificultades que viven en sus familias. Día a día aumenta el número de niños y adolescentes con problemas. Aquí van algunos sencillos caminos de solución.



Los cambios del mundo actual
“Estoy cansada de vivir”, dijo la niña, con la seriedad propia de sus cinco años, a sus padres asombrados. Una niña, absolutamente normal, bien ubicada, de una familia con buen nivel económico. La expresión es sólo una chispa del fuego mucho más profundo que está destruyendo a muchos niños de hoy. Niños que tienen todo, rodeados de comodidades, bien alimentados y bien vestidos, pero solos y desorientados.

Las estadísticas que publican cada vez con más frecuencia los periódicos, señalan el aumento del número de niños que consumen tranquilizantes o van a consultorios psiquiátricos.

Esta sonando una alarma social: uno de cada cinco niños manifiesta problemas de ansiedad. Ansiedad por la separación. Ansiedad generalizada. Antipatías específicas. Animadversiones sociales. “Las causas hay que buscarlas en la historia de los niños y en la de sus padres y relacionarlas con la propia historia de nuestro tiempo”, dice el neuropsiquiatra infantil Francisco Guzzetta. Y agrega: “los cambios del mundo actual están marcados por la desaparición de la civilización campesina y por las nuevas realidades que se dan en el matrimonio, que hoy es muy diferente al de hace treinta años. Y esto se refleja casi siempre de manera negativa en los niños, que sufren por la falta de seguridad, de certezas y de serenidad”.
Cambia, todo cambia...
Los matrimonios cambian. Los divorcios y las separaciones explotan. Y los niños lo somatizan con crisis de llanto, con agitaciones psicomotoras, enuresis, náuseas, vómitos, etc. Los más grandes no lloran, pero dejan de dormir, se angustian, se desmayan, sienten palpitaciones y tienen sensaciones de vértigo. ¡y no todo termina ahí!

A la ansiedad por la separación se suma otra ansiedad generalizada-que los médicos llaman “hiperansiedad”- que provoca en los niños hiperactividad neurovegetativa, tensión motora, palpitaciones, transpiración y reducción de la capacidad de concentración. Y se expresa en la terrible sensación de quedar “con la mente en blanco”. Niños con perturbaciones del sueño, de la alimentación o de la palabra, niños hiperactivos, niños depresivos, niños aburridos, solitarios, antisociales...

¿Nuestra sociedad estará sufriendo el «mal de la infancia”? La pedagoga italiana Pina Tromellini dice que “Basta entrar de puntillas en la vida cotidiana de muchas familias, para descubrir lo que ocurre detrás de las apariencias de honestidad y decoro que los adultos alimentan para evitar reflexionar sobre los problemas. En muchos casos, la familia se ha convertido en una suma de individuos que están juntos por razones muy diferentes, donde hay muy poco respeto por el otro y especialmente por los niños”.
No tengo tiempo
Los mayores ya no tienen tiempo para explicar a los más chicos el orden de las cosas, el sentido de los gestos y el porqué de las cosas que ocurren. La vorágine de obligaciones y responsabilidades y la prisa cotidiana atrapa a grandes y chicos. Las actividades extra familiares fastidian, el mantenimiento de la calidad profesional absorbe mentes y energías, la casa tiene que estar siempre presentable para los amigos y entonces no queda espacio para los niños, la imagen individual y social exige continuos cuidados... El tiempo para dedicar a los hijos es, por tanto, casi inexistente.

En estas familias “formula uno” se desvanece uno de los aspectos más importantes del sistema preventivo. Es lo que dicen los que tienen más de cincuenta años: “Mis padres eran protección, confianza, calor. Cuando pienso en mi infancia, siento todavía la sensación del calor sobre mí; experimento ese maravilloso sentimiento de no vivir por cuenta propia, sino apoyado en cuerpo y alma en los otros, que cargaban el peso de mi vida. Pasé por peligros y dificultades como una luz que penetra en un espejo. La gran fortuna de mi niñez fue aquella armadura mágica que, colocada sobre mí, me daba garantía de protección para toda la vida.

La “armadura mágica”
La armadura mágica esta constituida, antes que nada, por el horizonte seguro de un proyecto, en el que el niño pueda sentirse sujeto amado, partícipe y protagonista. Y por la capacidad de los padres de crear espacios y tiempos “organizados”. El niño espera del adulto el apoyo necesario para orientarse en un tiempo querido y seguro. Es todo lo contrario del desorden y la precariedad que minan la paz de tantas familias.

El tiempo tiene que ser un compañero agradable para los hijos; un tiempo hecho de “antes” y de “después”, que marcan la jornada y constituyen una referencia segura. Los niños aceptan bien la exigencia de las etapas ciertas y seguras. Si no las tiene, comienza a preguntar “¿Qué hago ahora?” o “¿Qué hacemos después?”. La capacidad de crear oportunidades, gestos y momentos sencillos que vayan marcando la extensión y la riqueza de la jornada es altamente educativa.

Los niños se sienten bien cuando se les dice: “Papá viene a las siete. Mientras yo preparo la cena, tú podrás jugar con él. Después de cenar miraremos... y después..”. Es muy importante infundir tranquilidad en la jornada de los hijos. Esa tranquilidad se revertirá luego también sobre los padres. Y de esa manera, los niños aprenden que el futuro es algo que se proyecta y se construye juntos, que no es un pensamiento continuo y molesto, y que se puede dominar fácilmente.

Un horario, aunque imperfecto, hace sentir a los niños que los padres están presentes aunque no estén en casa. Toda distribución del tiempo tiene que prever las horas de juego y las horas de deberes: es bueno que los niños tengan pequeñas ocupaciones, que deben ser siempre verificadas; que tengan momentos cotidianos de tiempo compartido y pequeños espacios de tiempo para decidir autónomamente. Tienen que sentir siempre que están en un camino de crecimiento en el que son acompañados por la mano firme de los adultos. Los últimos momentos de la jornada pueden ser momentos de recogimiento, y tal vez de agradecimiento: unos minutos de quietud, una breve oración o algún pequeño rito, aumentan la seguridad y la cercanía y son útiles para los grandes y para los chicos.

 

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