Tiempos duros para los tímidos y los introvertidos. La sociedad en que vivimos es extrovertida y competitiva. Quien tiene el don de un temperamento reservado corre el riesgo de no sentirse nunca a gusto. El miedo a los contactos sociales se ha difundido. Casi la mitad de la población tiene miedo de la otra mitad.
¡Ah, esa timidez!
En una investigación realizada recientemente entre jóvenes estudiantes, el 51% reconoció que tenia miedo de hablar en público, el 35% admitió que tenia miedo de equivocarse y el 16% dijo que tenia miedo de hacer un papelón o de quedar mal parado delante de los otros.
Los tímidos viven paralizados por esa sensación de tener que dar un servicio óptimo en todo lo que hacen y se juzgan a sí mismos con ojos supercríticos cuando actúan en las situaciones sociales. Van acumulando en sus mentes una serie interminable de preguntas inquietantes: “¿Qué impresión estaré dejando?”, “¿Se darán cuenta que estoy nervioso?”, “¿Estaré vestida decentemente?”, “¿No me estaré riendo demasiado fuerte?”, “¿Qué podría decir si se produjera un silencio en la conversación?”
Este obsesivo auto-análisis desencadena un stress que se expresa en aumento de la presión arterial, palpitaciones, transpiración general, rubor en el rostro, etc. Los tímidos necesitan tener mucha fuerza de voluntad para poder enmascarar su propia inseguridad. Pero, al mismo tiempo, los esfuerzos espasmódicos que realizan para poder quedar bien, los llevan a tener movimientos torpes; y el miedo a mostrarse delante de los otros con un aspecto negativo, los lleva a tropezar en su discurso y en su expresión. Los tímidos son un obstáculo para ellos mismos y, muchas veces, el fuerte deseo de querer hacer algo para superarse, los hace correr el riesgo de empeorar la situación.
¿Qué pueden hacer los padres?
Aun cuando el modelo humano preferido de la sociedad actual es el de tener una personalidad audaz, valiente y arrogante, no hay que exigir a todos que sean de la misma manera. Hay personas tímidas y reservadas que son felices y están perfectamente insertadas en la vida social.
Los padres tienen que estar muy atentos para captar las señales que pueden indicar un desequilibrio verdadero. Cuando un niño esta siempre ensimismado y solitario, cuando sufre por sentirse aislado, cuando su falta de sociabilidad es permanente y se da una ausencia total de amigos- situaciones todas que pueden no ser queridas por él, pero de que alguna manera le son impuestas por la realidad- los padres tienen que intervenir. Y tienen que informarse.
¿Habrá problemas en la escuela? ¿Alguien lo estará maltratando o sus compañeros lo estarán rechazando? ¿Habrá ocurrido algún contratiempo, algún fracaso familiar o escolar que le está haciendo perder la confianza en sí mismo? No hay que sorprenderse de que no aparezca una situación de tensión: muchos adolescentes y jóvenes, antes que reaccionar o atacar, prefieren encerrarse en sí mismos o “desinteresarse” de un mundo que los ha herido. ¿Qué hacer para conseguir que ante la dificultad no se encierren, y puedan enfrentarla y superarla? La receta contra la timidez contiene varios ingredientes.
El calor familiar
El primer encuentro interpersonal que experimentan los niños es la relación con sus padres. La protección, la seguridad y la estabilidad son experiencias fundamentales sobre las que pueden ir construyendo una conciencia de su propio valor. Los niños que se sienten queridos por sus padres creen más fácilmente que es posible agradar también a los demás, mientras que los que han experimentado escasas expresiones de afecto o han sido tratados con excesiva severidad por parte de sus padres, temen encontrar también indiferencia o rechazo en los contactos que van a tener con los demás.
Los hijos tienen que estar seguros que el amor de sus padres no está condicionado por lo que sucede en la sociedad: tienen que se queridos tiernamente aunque las cosas en la escuela no anden bien o no sepan jugar bien al fútbol.
El cariño y el afecto
Los tímidos se estiman poco a sí mismos. Les parece que no son interesantes, que son poco capaces, que no tienen cualidades ni atractivos. Aunque muchas veces se sienten así, la realidad puede ser totalmente diferente.
Los padres tienen que ponerse dos metas principales. En primer lugar, reforzar siempre la confianza del niño en sí mismo, estimulando sus capacidades y reconociendo sus logros. Tienen que ofrecerle actividades en las que pueda “ganar” y sentirse capaz. En segundo lugar, tienen que ayudarlo a “aceptarse”, haciéndole comprender que es querido y apreciado por lo que es. No hay que dejar de decirle que el afecto y el cariño por él permanecerán siempre, “pase lo que pase”.
Apoyar, dar animo, valorar
Generalmente, los niños tímidos tienen padres sobreprotectores. En este caso, el dilema de la relación causa-efecto no se puede resolver fácilmente: por un lado, el niño es tímido porque los padres limitan al mínimo todo riesgo y toda prueba; por otro, los padres retiran hasta la última piedrita del camino del hijo porque es tímido y quieren evitarle motivos de intranquilidad.
La sobreprotección nunca ayuda. La timidez es una forma de miedo, y los miedos no se superan evitando las situaciones que los desencadenan. La mejor manera de ayudar a los hijos es apoyarlos y darles animo y valor para afrontar las situaciones nuevas.
Si quieren ayudarlos, no pueden, por ejemplo, mandarlos “bien vestidos” a una escuela donde todos van de jeans, y viceversa. La vestimenta puede convertirse en un tormento para los niños tímidos. En el caso del tipo de zapatos, el largo del cabello o las erupciones de la piel, tienen que intervenir con discreción y buscar soluciones sin hacer demasiados discursos. Los niños de carácter introvertido y reservado tienen necesidad de ser un poco más “acompañados” que los otros, de ser escuchados con mayor atención y sobre todo, de ser reconocidos y valorados cuando hacen progresos y se lo merecen.