EDB-2 Hablar de “vocación” a los hijos es como enseñar el arte de tirar con el arco. La palabra “vocación” produce un efecto extraño. Una broma pesada la ha transformado en una palabra rara y pasada de moda, que se refiere casi exclusivamente a sacerdotes y religiosas. En los últimos tiempos se relaciona habitualmente con la palabra “crisis”. Y pese a esta distorsión, la palabra “vocación” es la contraseña que permite ingresar en el campo de las auténticas experiencias educativas. Y es una palabra tan rica y fecunda en contenido, que, quizás, ni siquiera valga la pena añadir el adjetivo “cristiana”. Porque no es la fe la que pone en evidencia el significado de la palabra vocación: es la vida la que lo exige.

La palabra vocación expresa un modo único y estupendo de entender la vida de los seres humanos. Significa reconocer que no hemos sido lanzados al mundo por casualidad o, peor aún, por una especie de accidente. Las palabras que abren la Biblia son las más sensacionales de la historia: “En el principio Dios creó el cielo y la tierra. Significa que Dios “ha querido” este mundo, como una mamá quiere a su hijo. Ninguno de nosotros ha pedido nacer: hemos sido llamados. Hemos sido queridos para alguna cosa. No tenemos alternativa: o somos frutos de una caprichosa casualidad o hemos sido llamados y proyectados para un fin, una meta, un designio. La elección que hagamos cambia completamente la vida. En el primer caso, vivir es un poco como cuenta aquella graciosa historieta: Un hombre de negocios, siempre muy ocupado llamó con voz fuerte un taxi y ascendió a él velozmente, ordenando: “¡Rápido! ¡A toda marcha!. El taxi partió, con un chirrido de llantas y entró en la avenida acelerando cada vez más. Al rato, al pasajero le vino una duda. Se dirigió al taxista y le preguntó: “Le dije a dónde debo ir?”. El chofer le respondió: “No, pero quédese tranquilo, que estoy conduciendo lo más rápido que puedo”.

En el segundo caso, vivir significa poseer una brújula, es decir, un sentido y una dirección. Significa que estamos en el mundo para construir algo. La vida es una cosa seria y no un pasatiempo: es tarea, misión, proyecto que debe traducirse en realidad, obra maestra a realizar, que debe proseguir hasta el final. Los padres pueden transmitir a los hijos este modo de pensar, tomando como ejemplo el noble arte del tiro con el arco. Un arte que exige algunas disciplinas particulares.

 

Centrar el blanco. El blanco es el objetivo a alcanzar. Es en verdad importante que los hijos sepan proponerse objetivos concretos. Así podrán concentrarse principalmente en lo que sirve. Sin desperdiciar tiempo y energías. Un objetivo se elige sobre todo en base a las propias cualidades, inclinaciones y aspiraciones, teniendo también en cuenta las necesidades de la familia. Los objetivos de la vida deben ser valorados atentamente, y los padres son los primeros maestros en este noble arte. Debemos admitir que muchas veces los padres renuncian a ocuparse del futuro de sus hijos, porque ellos mismos están tan enredados en la trama de su pasado y de su presente, que sienten una enorme dificultad para pensar en el futuro propio y, más aún, en el de ellos. Y, cuando perciben que los plazos se acortan, se limitan a plantearle a sus hijos la fatídica y, a la vez, estúpida pregunta: “¿Qué te gustaría hacer cuando seas grande?”, como si la vida adulta pudiera reducirse a la elección profesional y, eventualmente, a una experiencia afectiva, que tantas veces resulta provisoria y reversible. Y dejan así de lado la cuestión mas importante: “¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?”

 

El arco: El arco es la vida: de él viene toda la energía. La flecha será lanzada algún día. El blanco está distante. Pero el arco permanecerá siempre, y es necesario saber cuidarlo.

 

La flecha. La flecha es la intención. Es lo que une la fuerza del arco con el centro del blanco. La intención debe ser cristalina, honesta, muy equilibrada.

 

La concentración. Una vez que se ha comprendido el significado del arco, la flecha y el blanco, hace falta poseer serenidad y concentración para aprender la práctica del tiro. La serenidad viene del corazón. La concentración se alcanza cuando se elimina todo lo superfluo y el arquero descubre aquello que distrae e impide la visión del blanco.

 

La tensión. Una vez elegido el blanco, es necesario dar lo mejor de sí mismo para alcanzarlo y mirarlo siempre con respeto y dignidad. Un verdadero alpinista admira la cumbre que va a escalar. Esto le impide cometer errores de valoración aumenta su atención y le permite tener en cuenta el precio a pagar en términos de esfuerzo y de entrenamiento.

 

No dejar de aprender. La única cosa que paraliza es el miedo a equivocarse. Aunque no alcance el objetivo, la próxima vez el arquero sabrá mejorar su puntería. Quien no correr riesgos, no sabrá nunca determinar qué cambios eran necesarios. El arquero acepta que muchas flechas fallen su objetivo, porque sabe que solo así podrá aprender la importancia del arco, de la posición, de la cuerda y del blanco, cosa que logrará después de haber repetido sus gestos miles de veces, sin miedo a cometer errores.

 

Y los verdaderos maestros, sobre todo los padres, no lo expondrán jamás a críticas, porque saben que el entrenamiento es necesario: es la única manera de perfeccionar el propio instinto y la precisión del tiro.

Cada flecha deja un recuerdo en el corazón. La suma de estos recuerdos, que podríamos llamar “experiencia”, permitirá tirar siempre mejor.

 

Disparar la flecha. Las personas exitosas “hacen centro” con asombrosa facilidad. Después de mucho ejercicio, no piensan ya en los movimientos necesarios, que se han convertido en parte de su existencia. Un pequeño gesto cotidiano, aparentemente fácil, es el resultado de un largo camino. Y el camino del arco es el camino de la alegría y del entusiasmo, de la perfección y del error, de la técnica y de la realización. El camino de quién toma en serio las palabras “Que se haga tu voluntad”.

 

En el camino desafiante de la educación vocacional, como en otros aspectos de la labor educativa, los padres van aprendiendo mientras caminan. Se les pide una apertura incondicional a lo que el futuro pueda traer a sus hijos. Y también la aceptación de un riesgo: admitir que sus hijos pueden tener otras aspiraciones, otros talentos, otra historia diferente a lo que sus padres han soñado para ellos

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