Pedagogía a contracorriente: más vale feliz que famoso Don Bosco, como educador, era un «buscador» y un «promotor» de la felicidad para sus jóvenes. Los padres también deben enseñar a sus hijos a disfrutar de la alegría de vivir. Pero, ¿qué es lo que realmente hace feliz a un niño?

Recordemos una de las expresiones más bellas de Don Bosco que dice:"Mis queridísimos hijos en Jesucristo, cerca o lejos estoy siempre pensando en ustedes. Uno solo es mi deseo, el de verlos felices en el tiempo y en la eternidad". Es el Evangelio de la alegría que Don Bosco ofrecía a sus jóvenes a través de la pedagogía de la bondad para llegar a una santidad que ve en la alegría el punto de partida y de llegada: «Nosotros aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres».

Si hubiera una respuesta a esta gran pregunta, si pudiéramos conocer la receta, ¡qué alivio para los padres! ¿Cómo saber si no estamos confundiendo objetivos y medios? Quizá volviendo a lo esencial, sólo a lo esencial. Un niño no puede ser feliz en su presente y en su futuro si no se siente querido con amor absoluto e incondicional. No porque sea guapo, inteligente, cariñoso o talentoso, sino simplemente porque es él (mismo).

Los padres también pueden enseñar a sus hijos a disfrutar de la alegría de vivir. Amar la vida significa prestar atención a lo que hacemos, vemos, sentimos, deseamos; significa alegrarse de lo bello y lo bueno antes de quejarse de lo triste, lo menos bueno o lo feo. Significa creer que el hoy está lleno de pequeñas y grandes maravillas y que el mañana también lo estará, porque la vida da a quien la busca. Alimentado por esta vía, ¿cómo podría un niño ser verdaderamente infeliz?

 

El secreto

Hace unos años, una encuesta en la que participaron miles de madres con al menos un hijo de entre 6 y 14 años arrojó resultados sorprendentes. El 72% de las madres sueña con un hijo futbolista; el 49% quiere que sea actor; el 44%, presentador de televisión; el 35%, empresario. Estas son las respuestas para los hijos. 

Para las chicas las cosas no cambian: el 64% de las madres quieren que sean cantantes, el 56% presentadoras de televisión; el 43% bailarinas; el 39% actrices/modelos; el 22% buenas madres y buenas esposas.

Pero los padres a contracorriente tienen buenas razones para pensar distinto: un niño con una madre y un padre de altas expectativas está casi condenado a la tristeza, pues probablemente se sentirá culpable por no cumplir esos sueños y desperdiciará su juventud persiguiendo metas imposibles. Pero hay otra razón, mucho más profunda, que lleva a estar de acuerdo con el padre a contracorriente. No todos nacen para ser famosos, ¡todos nacen para ser felices! 

La necesidad de alegría está grabada en lo más profundo de nuestro ser, incluso a nivel genético. Por eso, la pedagoga Elisabetta Fiorentini es tajante al afirmar: “Para un niño, la alegría es tan importante como el pan y la compañía. Si no es que más.” No se trata de una afirmación ligera: la alegría infantil merece tomarse muy en serio.

En la misma línea, el psicopedagogo Franco Frabboni lanza una advertencia contundente: “¡Si un niño no se ríe, hay que preocuparse por él!” Palabras tan ciertas como exigentes, que se traducen en acciones concretas para quienes, como el “padre a contracorriente”, han decidido criar con amor, sentido común y ternura: 

  • No exige que su hijo sea un genio;
  • No lo obliga a madurar antes de tiempo;
  • No olvida que él también fue niño;
  • No lo encierra en casa como si fuera una pieza de museo; 
  • Lo despierta con un beso, no con la televisión encendida;
  • Lo abraza;
  • Le da más afecto que calorías.

Un programa de vida maravilloso, desafiante, pero profundamente humano: hacer feliz a un niño ennoblece al adulto.

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