Se trata de ir a Jesús y en Jesús encontrarnos a nosotros mismos, y a los demás, sanados, resucitados, fuertes por la gracia de Jesús. / Fotografía: cathopic La meditación está de moda. Pero no tanto la meditación cristiana, sino conceptos de meditación importados de religiones orientales.

Para un cristiano “meditar” significa ponerse delante de la Palabra de Dios para intentar hacerla nuestra, asumiéndola completamente. Y el cristiano, después de haber acogido la Palabra de Dios, debe encontrarse con «otro libro», «el de la vida». Es lo que intentamos hacer cada vez que meditamos la Palabra de Dios. El papa Francisco abordó recientemente este tema.

Hay que mirar con buenos ojos el interés por la meditación: de hecho, nosotros no estamos hechos para el estress, ni para correr continuamente. Poseemos una vida interior que no puede ser olvidada. Meditar es una necesidad de todos.

Pero el cristiano, cuando reza, no se pone en búsqueda del núcleo más profundo de su yo. Esto es lícito, pero el cristiano busca otra cosa. La oración del cristiano es sobre todo encuentro con el Otro, el Otro con la ‘O’ mayúscula: el encuentro trascendente con Dios.

Si una experiencia de oración nos da la paz interior, o el dominio de nosotros mismos, o la luz sobre el camino que debemos emprender, estos resultados son buenos, pero son efectos colaterales de la gracia de la oración cristiana la cual es, ante todo, el encuentro con Jesús, es decir meditar es ir al encuentro con Jesús, guiados por una frase o una palabra de la Sagrada Escritura.

En esto nos ayuda el Catecismo, que dice así: «Los métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. [...] Pero un método no es más que una guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración, hacia Cristo Jesús» (n. 2707).

Y aquí se nos ha indicado un compañero de camino, que nos guía: el Espíritu Santo. No es posible la meditación cristiana sin el Espíritu Santo. Es Él quien nos guía al encuentro con Jesús. Jesús nos había dicho: “Os enviaré el Espíritu Santo. Él os enseñará y os explicará”. En la meditación, el Espíritu Santo es la guía para ir adelante en el encuentro con Jesucristo.

Por tanto, son muchos los métodos de meditación cristiana, pero son solo métodos: el método es un camino, no una meta. Todos son importantes en cuanto pueden ayudar a la experiencia de la fe. No reza solo la mente, reza todo el hombre, la totalidad de la persona, como no reza solo el sentimiento.

El Catecismo precisa: «La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de la vida de Cristo”» (n. 2708).

Esta es por tanto la gracia de la oración cristiana: Cristo no está lejos, sino que está siempre en relación con nosotros. No hay aspecto de su persona divino-humana que no pueda convertirse para nosotros en lugar de salvación y de felicidad. Cada momento de la vida terrena de Jesús, a través de la gracia de la oración, se puede convertir para nosotros en contemporáneo, gracias al Espíritu Santo, que la guía.

Gracias al Espíritu Santo, también nosotros estamos presentes en el río Jordán, cuando Jesús se sumerge en él para recibir el bautismo. También nosotros somos comensales de las bodas de Caná, cuando Jesús dona el vino más bueno para la felicidad de los esposos, es decir, es el Espíritu Santo quien nos une con estos misterios de la vida de Cristo porque en la contemplación de Jesús hacemos experiencia de la oración para unirnos más a Él.

Se trata de ir a Jesús y en Jesús encontrarnos a nosotros mismos, y a los demás, sanados, resucitados, fuertes por la gracia de Jesús. Y encontrar a Jesús salvador de todos, también mío. Y esto gracias a la guía del Espíritu Santo.

 

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