Al ser humano no le es posible saberlo todo; pero hay verdades que todo ser humano tiene obligación de conocer. Hay algunos temas de los que no es lícito desentenderse porque
se refieren al origen y fin del mismo hombre, al sentido de la vida, al valor que tienen los demás seres humanos.
Conocer la verdad acerca de todo esto, al menos en lo fundamental, es un deber para todos ya que resultan esenciales para establecer los principios que han de orientar la conducta humana, así como los derechos y deberes que deben presidir la organización de la sociedad. El error en esos temas puede dar lugar a las más grandes aberraciones personales o colectivas.
Se trata de verdades que la inteligencia humana puede alcanzar, pero que son iluminadas también desde la Palabra de Dios. En estas verdades, el hombre se juega su verdadera felicidad.
Estas verdades existen con independencia de que el hombre las admita o las rechace; independientemente de que le gusten o le disgusten.
No son, por tanto, fruto de la opinión pública, ni de los gustos de los hombres. Su evidente importancia convierte la búsqueda de estos conocimientos en un deber que reclama la mayor atención. Sería absurdo resultar experto en un determinado campo científico o en determinada profesión y despreocuparse de saber el sentido que debe tener la vida.
La verdad tiene fuerza de atracción y al propio tiempo compromete. Si estamos convencidos de una verdad, ninguna razón de conveniencia, ni burlas, ni amenazas, serán capaces de separarnos de ella.
La verdad no se vende a intereses personales. No es posible dar por bueno lo que sabemos que es erróneo. Se debe tener respeto a quienes opinan de modo diferente. Merece también respeto quien abiertamente se equivoca; pero no se puede ni se debe transigir con lo que con seguridad sabemos que es un error, y se ha de hacer todo lo posible para que quien está en el error pueda conocer la verdad.
La defensa de la verdad, sin embargo, no se debe hacer ofendiendo al otro, sino mostrándola para que pueda ser conocida.
La verdad reclama además que se dé conherncia entre ella y la propia conducta. De lo contrario, nos acusará la conciencia.
Si conozco, por ejemplo, la verdad sobre el valor de la vida humana, esta verdad me exige no cooperar en un aborto, no contribuir a la muerte de un inocente, me reclama defender la vida. Nunca debo, por presiones, actuar contra lo que la verdad me exige.
Ceder en contra de la verdad, responsabiliza plenamente ante Dios, ante los demás hombres y ante uno mismo.
El amor a la verdad se demuestra diciendo siempre lo que creemos que es cierto y manifestándose ante los demás como realmente somos.
Todo cuanto suponga mentir contradice el derecho que todo hombre tiene a conocer la verdad; supone una ofensa a la dignidad humana.
Esto no significa que cualquier verdad que uno conoce deba ser manifestada a cualquiera. Hay circunstancias en las que manifestar una determinada verdad produciría daño. Y hay ocasiones en que no resulta obligado dar a conocer algo.
En cambio, hay siempre obligación de no mentir nunca a nadie. Mentir es manifestar lo contrario de lo que se piensa, con intención de engañar. La mentira nunca es lícita.
El lenguaje oral o escrito es un medio de comunicación del propio pensamiento, que exige que las palabras concuerden con lo que verdaderamente se piensa.
Mentir significa traicionar la función de la palabra. Es una aberración que el lenguaje, se utilice para engendrar el engaño, para provocar el error, y para dañar al prójimo en su interés por conocer la verdad.
La convivencia social sólo es posible si se basa en la confianza mutua, en la veracidad de unos y otros. Utilizar la mentira en las relaciones entre los hombres destruye la confianza y consigue que uno nunca sepa a qué atenerse.
La hipocresía es también contraria a la sinceridad. Consiste en aparentar que se es como en realidad no se es. Como aquel que finge apreciar a otro, cuando la verdad es que lo odia, o como aquel que se muestra externamente celoso por la conducta justa y honrada, siendo él, de hecho, injusto y tramposo.
Engañar en las múltiples formas de fraude, falsificación, y otras acciones similares son asimismo distintos modos de mentir.
Como ya hemos dicho, a veces puede o debe ocultarse una verdad. Hay múltiples formas de conseguir esto, como el simple silencio, evadir la pregunta, hacer entender a quien pregunta que no tiene derecho a saber la respuesta, o pueden usarse fórmulas de cortesía manifestando que no se considera oportuno contestar a la pregunta.
Toda la actividad docente es difusión de la verdad, es procurar que el alumno contemple y acepte las verdades que se exponen o, incluso, ayudarle para que sea él mismo quien las descubra. Hay que desplegar la mejor didáctica para obtener una fecunda transmisión del saber mediante las tareas de la docencia.
Para escribir este artículo me he servido del pensamiento del Dr. Francisco Ponz, en la obra colectiva: Deontología Biológica.