Imágen tomada de Google Image. Espero que no se enoje conmigo el experimentado siquiatra Polaino-Lorente porque resumo y adapto algunos de sus escritos (Sexo y Cultura, Rialp, 1999). Todo sea por favorecer la divulgación de sus enseñanzas.

El hecho histórico más importante para comprender el cambio cultural que caracteriza nuestra época no es la informática, ni la carrera espacial o la energía atómica. Es sencillamente la puesta en marcha en la década de los ’60 del siglo XX, de las sustancias contraceptivas y su generalización. Lo que aconteció entonces es que se separó totalmente la sexualidad de la procreación, pudiendo el hombre servirse de la sexualidad exclusivamente para su dimensión placentera. He aquí algunas de sus consecuencias:

-        Disminución de la natalidad y aumento del número de ancianos.

-        Aumento de la vulnerabilidad de los cónyuges a la separación y al divorcio, pues la fijación en el placer propicia la infidelidad conyugal.

-        Pasar de la familia numerosa a la familia con solo uno  o dos hijos, o incluso con ninguno, empobreciendo así  las relaciones entre padres e hijos y entre hermanos.

-        Cambio radical en las atribuciones de roles y distribución de papeles en el seno de la familia.

En fin, que tras el consumo de contraceptivos, la función sexual fue vaciada de lo que era uno de sus fines más importantes: la procreación.

Posteriormente el hombre dio un paso más hacia el desmantelamiento de su comportamiento sexual: Si antes se había separado la sexualidad de la procreación, ahora se separa la procreación de la sexualidad. Surgió así la fecundación in vitro con la aparición de situaciones muy difíciles de legitimar como las madres de alquiler, bancos de semen, de óvulos y de embriones.

Paradójicamente, la venida de un niño a este mundo puede estar condicionado por cuatro o cinco voluntades humanas diferentes, no necesariamente comprometidas entre sí. Es lo que ocurre si una joven de 18 años decide encargar la fecundación, embarazo y nacimiento de un niño, que posteriormente la joven adoptará, para satisfacer su deseo personal. El donante de espermas y la donante de óvulos, cooperan a la génesis del nuevo ser. A ello hay que añadir la madre de alquiler, en la que se implante el óvulo fecundado, que modelará biológicamente al nuevo ser a través de la anidación, su aporte sanguíneo, etc.

La madre adoptante –que incluso puede ser virgen- es, sin embargo, la persona que menos ha aportado desde la perspectiva biológica. Pero satisfizo su deseo de tener un niño de carne y hueso para sí. ¿No estamos ante un renacer de la esclavitud, sólo que mucho más eficaz por lo sofisticado de las técnicas de que se vale? ¿Quién puede hoy garantizar que no se haya intentado ya (no sólo en el cine) la fecundación inter-especies y el posterior desarrollo de lo que allí pueda generarse? ¿Acaso no significa esto la revuelta más radicalmente organizada contra la naturaleza del hombre, la integridad de las diferentes especies y el equilibrio ecológico? Digámoslo claramente es un atentado contra la naturaleza humana.

Observemos las contradicciones que todo esto implica: Por un lado la Seguridad Social se ocupa de prestar asistencia a los abortos voluntarios con tal de satisfacer el deseo de las madres. Pero simultáneamente, el deseo de tener hijos por parte de los cónyuges estériles también es atendido por la Seguridad Social, empeñada como está por satisfacer el deseo de todos sus afiliados. Es posible que con el tiempo no se escatime ningún gasto para practicar en esta mujer un aborto ahora y tal vez dentro de cinco años practicar en esa misma mujer una inseminación artificial. Todo sea por tener contento al cliente, que siempre tiene razón.

Pero, simultáneamente, asistimos a múltiples trabas si alguien trata de adoptar un niño abandonado por sus padres. Hoy, en algunos países, la adopción está legalmente más obstaculizada que la fecundación in vitro, a pesar de que obstaculizar la adopción supone una fragrante injusticia contra los más desvalidos, es decir, contra aquellos niños que viven rechazados por sus padres y están condenados a vivir en instituciones estatales que generan una pésima salud psicológica.

El mismo Estado que da siempre la razón a la mujer respecto a la fertilidad y al aborto, le quita la razón al niño abandonado y a la madre adoptante con la más completa y absoluta impunidad.

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