25 de marzo, día de la vida por nacer. En algunos países se propone una mayor liberalización del crimen del aborto, llegando a la aberración de considerarlo como un "derecho".

Se trata de pasar primero de la "despenalización" de un mal, y luego a su consideración como un bien.

El aborto es esgrimido como una bandera del feminismo extremo. Y, sin embargo, cada vez constatamos con más frecuencia que la madre es la segunda víctima del aborto. Más aún..., cuando el feto abortado es de sexo femenino, ¿dónde quedan los derechos feministas de esa "nueva mujer"?

Con la claridad y la transparencia que le caracterizaban, decía la Madre Teresa de Calcuta: "El más grande destructor de la paz es el aborto porque, si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué nos queda? ¿Qué me impedirá matarte a ti y tú matarme a mí? ¡No nos queda más que eso!". Sus palabras han resultado proféticas, habida cuenta de que el incremento del número de abortos ha ido en paralelo al aumento de los índices de criminalidad, y de la violencia doméstica.

Pero no pensemos que el aborto es el peor de los males, por mucho que se trate de la cruel eliminación de vidas inocentes. Hay un mal que podría ser mucho más nefasto si la liberalización del aborto tiene lugar sin resistencia social;  si tal noticia no nos saca de nuestras preocupaciones cotidianas; si nuestra conciencia no se siente conmovida. Si tal cosa sucediese, estaríamos ante la muerte de la conciencia moral individual y colectiva, mucho más funesta que la misma muerte física.

Afortunadamente, tenemos noticia de que cada año más países y más asociaciones se suman a la iniciativa de que cada 25 de marzo, fiesta de la Anunciación (día en que se encarnó el Hijo de Dios), se celebre el día de la vida por nacer, bajo el lema de ¡Sí a la vida!

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