Todos conocemos ese mensaje tan bien divulgado sobre la maternidad: abnegación, amor incondicional, dulzura, abrazos, ternura, buenos consejos, enseñanza, energía inagotable y otro montón de cosas más. Todas ciertas. Pero poco se habla de las mamás apuradas, con dificultad para abarcar todo lo que hay que hacer en un día, que se ponen aretes diferentes en cada oreja por las mañanas, que se cansan, que se frustran, se enojan y que alguna vez han sentido ganas de renunciar, desaparecer un rato y estar apoltronadas en una haragana de una isla desierta frente al mar y tener libros, spa y comida a la disposición del chasquido de los dedos. ¡Sin hijos! Esas también son mamás de la vida real, solo que menos publicitadas. Y yo las defiendo.
Las defiendo no solo porque soy una de ellas, sino porque creo que es legítimo experimentar esos sentimientos y no hay que sentirse culpables por ello. El sentimiento de culpabilidad nos hace muchas trampas, no solo en este caso, también en otras áreas de nuestras vidas. Sí, ya sé que es cierto que hay que experimentarlo y no andar por la vida aplastando al mundo y a las personas sin tener compasión. Pero es que tampoco estoy apelando a eso.
Con la cuestión de la maternidad hay un arquetipo tan bien instalado que llena todo de afabilidad, caramelitos y corazones alrededor. No está mal, pero no es lo único. Por supuesto que me derrito como chocolate al sol cuando mi hijo salta a darme un beso “con piecito levantado” y me dice en secreto que me quiere mucho. También se me llenan de lágrimas los ojos cuando lo veo haciendo sus teatrillos en el kinder. Pero también me da un golpe bajísimo cuando tengo el mal genio bien instalado y el tono de voz se me vuelve tirante y me pregunta “¿mami, vas a estar feliz un día?” O sea, así como soy todo amor, así soy a veces una gruñona con el pobre diablillo. Y nos peleamos y nos reconciliamos: ya me exige que le pida disculpas cuando mi tono de voz está subido.
Esta es para mí una maternidad más de la vida real. No soy siempre un bombón, también soy irascible. Y en mi defensa tengo el argumento que la etapa de la crianza con hijos pequeños es un paquete del tamaño de cientos de elefantes. Y estoy segura que todas las mamás (las de cuento rosa y las ogrillas como yo) sienten sobre sus espaldas esa enorme responsabilidad de educar seres humanos valiosos y dejar en ellos el mejor trabajo de una para la humanidad. También replico a mi favor que a veces ni en el baño se puede estar a gusto porque estos pillos tocan la puerta y preguntan qué es lo que una hace allí adentro, lejos de su alcance. Que ya no se puede dormir un domingo hasta bien salido el sol porque si no abro yo los ojos, mi nene me los abre a la fuerza. Bien por las mamás que no pasan por esto, pero bien también por las que lo pasamos y sabemos que es parte del paquete. Espero que no se escandalicen si les digo que si no fuera porque con los hijos nos nace ese amor rosa, indescriptible y que ya todos conocemos sobre las mamás, este trabajo estaría desierto, no hay piel que lo aguante. Solo amor y convicción que pueda sacarlo adelante.
Así que a celebrar con gusto la maternidad este 10 de mayo (al menos en El Salvador), a celebrarlo exigiendo mimos y compromiso para hacernos todos más fácil la tarea de ejercer este oficio tan divinamente masoquista. Feliz día madres y colegas del “mundo mundial”.