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Vivencia misionera. Voy a uno de las tres aldeas para celebrar la misa. Ya había celebrado dos, y eran casi las 11 de la mañana. Llego a la aldea y, por desinformación con la secretaria (me esperaban una hora antes y ya habían empezado la celebración de la Palabra de Dios, pensando que no llegaría), saco las cosas para celebrar la misa y me doy cuenta que la sacristana había olvidad poner hostias en mi maleta.

Por mi prisa no había tenido tiempo de revisar si estaba todo dentro. Regresar para buscar hostias habría significado mucho tiempo (media hora para ir y otra para regresar) y no había caído en la cuenta de que la gente almuerza a las 12. Al principio pensé: continuemos la celebración de la Palabra de Dios; total, ya la comenzaron.

Sin embargo, no quería quedar mal con la gente que había llegado. Caminar una hora para ir a misa y resulta que no hay misa… Pensé: Debo encontrar a toda costa una solución. Dado que no tenía la capacidad de Jesús de hacer milagros y multiplicar el pan, pedí a la gente si tenían un poco de harina.

Inmediatamente un señor que vivía cerca se fue a su casa y me trajo una bolsa con un poco de harina y agua. Hice la masa para una pequeña torta. No tenía tiempo para hacer fuego, porque la gente estaba cansada de esperar y porque hubiera tenido que cortar la leña. Tomé dos candelas encendidas del altar que me sirvieron como llama (me acordé de mis tiempos como asistente scout) y, mientras celebro la misa, dejo que la pequeña torta de harina se hornee al fuego de las candelas. Al terminar la homilía, la pequeña torta ya estaba lista (fue también ocasión para una catequesis sobre el pan eucarístico). Continué la misa con el ofertorio presentando la torta de harina que sirvió para la celebración de la misa.

En la misión a veces hay que arreglarse como se pueda. Eso me ayuda a vivir las cosas de manera más genuira. Total, los primeros cristianos consagraban tortas como la que yo había preparado. Talvez no usaban candelas como yo; pero no se puede tener todo en la vida.

 

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