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misión 2014 Miércoles Santo, 1:00 p.m., después de muchas horas de camino, al fin hemos llegado a la puerta de la capilla de la comunidad Arrayán, en el municipio de Juigalpa en Nicaragua.

Veo para un lado y veo para otro, qué diferencia con respecto a la ciudad. ¿Dónde están las casas? ¿Dónde están los postes del tendido eléctrico? ¿Dónde están los carros? Nada de eso observaba. La distancia entre una casa y otra era de 500 metros a 1 kilómetro. Electricidad no hay. Los carros, tres o cuatro en toda la comunidad. Pero, lo que se podía ver desde un principio en las personas que nos recibieron es la sed de Dios y las ganas de celebrar dignamente la Semana Mayor.

Como jóvenes educados nos presentamos con el encargado de la comunidad: "Mi nombre es Efrén, seminarista salesiano", "yo soy Daniel, aspirante a salesiano", "y yo, Kevin Martínez, misionero". ¡Sean bienvenidos!, nos respondió don Martín; luego, sin perder el tiempo nos pidió que estructuráramos el horario de actividades a realizar, parecía que le urgía. Así que, eso hicimos. Una vez concluida esta planificación, nuestros ojos y estómagos se alegraron pues llega ante nuestra presencia doña Albertina con tres platos en los que estaba nuestro merecido almuerzo, dimos gracias a Dios y sin más, comimos.

Después de comer y del respectivo aseo, iniciamos nuestras visitas a las familias ¿Dónde están las casas?, nos preguntábamos. Para encontrarlas, habrá que caminar bastante, nos respondió don Martín. Empezamos a caminar y a medida lo hacíamos nos encontrábamos con las familias que recibían la oración y bendición con mucho agrado. Aprovechábamos el momento para invitarles a todas las celebraciones. A eso de las seis, regresamos a la capilla, cenamos, platicamos y nos dispusimos a dormir. Nuestras sitios para dormir: las bancas de la capilla, una colchoneta y dos camas tipo tijera.

A lo lejos se oye el canto del gallo y el sonido de nuestras alarmas, es hora de levantarse, ya es Jueves Santo. Noticia mañanera: no hay agua potable, hay que ir al pozo y acarrearla. Una vez aseados nos dispusimos a orar las laudes y luego a desayunar. Para aprovechar toda la mañana, iniciamos la segunda jornada de visita a las familias. Para llegar a la casa más lejana, caminamos alrededor de cuatro horas (a paso veloz), la familia que habita este hogar había pedido encarecidamente que los misioneros tuvieran la amabilidad de llegar hasta allí, porque debido a la distancia en otros años les habían olvidado. En cada casa no faltaba el "¿quieren un poco de fresco?", "¿desean comer algo?" y, como buenos misioneros, no despreciábamos nada.

Al caer la tarde, iniciamos las celebraciones del Triduo Pascual, qué alegría ver a la comunidad reunida y con el entusiasmo de vivir y celebrar su fe. Ah, debo aclarar que todas las celebraciones duraron más de 2 horas, porque fue la condición que nos dieron las personas al visitarlos: "vamos a llegar, pero vean todo lo que tenemos que caminar, así que esperamos que la celebración dure bastante", nos decían. Nuestra primera celebración del Triduo fue la Cena del Señor, tuvimos la oportunidad de recordar el mandamiento del amor, seguir el ejemplo de servicio del Señor y de agradecer a Dios por el don de la eucaristía y del sacerdocio.

A media mañana del siguiente día nos reunimos en casa de doña Teresa para iniciar el vía crucis y a las tres de la tarde participamos en la adoración de la cruz.

El siguiente día, tuvimos la oportunidad de subir un cerro, desde el que podíamos observar la mitad de lo que habíamos caminado durante estos días. Desde ese lugar más cercano a las nubes pudimos orar por toda esta comunidad que con mucho amor nos había acogido.

Por la tarde tuvimos un convivio con los niños y jóvenes. Con ellos preparamos todo lo necesario para la celebración de la noche.

A eso de las 6 p.m. iniciamos nuestra solemne vigilia pascual, todo estaba bien dispuesto. Se dice que la participación en nuestras celebraciones litúrgicas debe ser plena, activa y consciente, esta comunidad se tomó muy en serio estos aspectos pues cantaban, respondían y oraban fervorosamente. Cristo ha resucitado y qué contento se habrá sentido al ver a una comunidad tan gozosa por esta gran noticia.

Finalizada la vigila fuimos testigos de un gran MILAGRO. Habíamos acordado que después de la celebración todos compartiríamos algo de comer y de beber. Al reunir los alimentos solo teníamos: un recipiente pequeño con arroz (habían cocido 3 libras), un traste con espagueti (unos 3 paquetitos), un poco de puré y un balde con fresco. Reunidas teníamos a más de 100 personas, ¿qué haríamos? Todos estaban sin cenar, y todos a esa hora (9:30 p.m.) debían regresar a sus casas (algunos caminarían más de 4 horas). Hicimos la oración para bendecir los alimentos y empezamos a repartir la comida, primero los niños, luego los que iban más lejos. A pesar de que había poca comida las que servían ponían bastante en cada plato, porque es lo que se acostumbra en esta zona de Nicaragua. El plato lo desocupaba uno, se lo entregaba a otro y se volvía a llenar de comida. Así fueron pasando todos. Las más de 120 personas comieron, se saciaron y aun así quedó un poco de comida, no fueron las doce canastas; pero, sí puedo afirmar que el Señor vio con ojos de misericordia a estos hijos suyos.

El domingo, a las 6 a.m. nos dispusimos a realizar la última celebración de la Palabra. Fue impactante ver a la gente reunida tan temprano. ¡Qué fe! ¡Qué amor tan grande hacia Jesús!

A eso de las 9 a.m. abordamos el camión que nos llevaría hasta donde tomaríamos el bus que nos regresaría a nuestra casa en Granada. Al empezar este nuevo viaje no podíamos dejar de agradecer a Dios por todo lo que nos permitió vivir. Aprendimos un montón de toda esta comunidad. Esta experiencia de Semana Santa fue verdaderamente una experiencia de encuentro con Dios. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

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