banner noticias guatemala 1

En el paraíso con Don Bosco. Cada Oratorio tiene en su corazón y en la mente a personas que han dado su vida y que ahora son inspiración. En el Oratorio original de Don Bosco el hermoso recuerdo de Santo Domingo Savio era el ideal de vida para sus compañeros. Más adelante lo fue también Miguel Magone, Francisco Bessucco, Alberto Marvelli, etc. Hoy, para el Oratorio Santo Domingo Savio lo es y será Vladimir Alejandro Chacón Valdés.

Alejandro, a quien en el barrio le llamaban “blade”, fue para sus compañeros un verdadero líder. Sus palabras resonaban siempre con mucha fuerza y las decisiones que tomaba eran seguidas y aceptadas con mucho gusto por sus amigos. Se mantenía sereno, disfrutando de la jornada y cuando era la hora de dar la cara, lo hacía valientemente.

Recuerdo que la primera vez que escuché de él fue en una reunión. Algunos catequistas estaban preocupados por ciertos cambios de actitud normales a su edad, pero en peligro por su entorno. El domingo siguiente a lo hablado ocurrió un incidente, una trifulca entre dos equipos que subió de tono con amenaza de golpes. Alejandro estaba involucrado, no como revoltoso o iniciador, sino como defensa de sus amigos, como apoyo para ellos. Se decidió retirar al equipo y pedirle otro tipo de servicio para reponer el daño hecho y el único que cumplió realmente fue Alejandro.

Pasados algunos meses de ausencia, volvió con otro rostro y solo. Aquellos que eran su “barra” habían decidido no llegar al Oratorio con las condiciones que exige el ambiente de la casa, pero Alejandro aceptó transformar su forma de ser. El Oratorio para él ahora significaba algo más: era un reto.

Parte de sus decisiones fue acercarse personalmente a los catequistas, platicar con nosotros. Además decidió meterse en otro equipo, con su primo, para seguir jugando, y cada vez que podía nos echaba una mano. Nunca, hasta ese punto, había pedido nada en el Oratorio. Ahora lo que pedía era una nueva oportunidad.

Nunca se le echó en cara nada de lo sucedido. Siempre que se le preguntó por su opinión sabía hasta dónde llegaba su responsabilidad y reclamaba cuando nuestra actitud era injusta. Nos obligó a sentarnos a platicar entre nosotros y descubrir qué en verdad podíamos hacer por él. Al final de cuentas, lo mejor que pudimos hacer fue dejarlo a él hacer lo que quería hacer por sí mismo. Nosotros decidimos acompañarlo.

Increíble fue ver cómo surgieron de él tantas virtudes. Era siempre puntual al llegar. Estaba antes de que llegáramos y al entrar, después de jugar un rato, era el primero en subir a ayudar a arreglar el salón para la misa. Jalaba las sillas, las ponía en su lugar y más de alguna vez hasta se animó a intentar tocar la percusión en misa. Entre broma decía: “así me quedo sentado”, pero cuando dejaba de tocar, se ponía en pie.

Era impresionante ver las ganas con las que jugaba. Si le tocaba ser portero, se ponía la camisa de manga larga y hasta sin guantes lo hacía. Y si le tocaba estar en el campo, su esfuerzo se veía aún mejor. Corría la cancha completa, gritaba reclamando igual esfuerzo y si le tocaba salir de cambio, rápido salía de la cancha, para darle oportunidad a otro.

Un domingo estaba yo hablando en la radio, con el micrófono abierto. Un muchacho llegó a pedírmelo para dar un saludo y yo, ingenuamente, se lo presté. Rápido tuve que tomarlo de vuelta porque empezó a hablar con palabras ofensivas. Cuál fue mi sorpresa al ver que Alejandro fue el primero en llamarle la atención al decirle: “Así no se habla aquí en el Oratorio. Si vas a estar aquí, respetas”.

Era clásico escuchar su reclamo por el silencio cuando era el momento de las buenas tardes. Algunos pensarían que era por querer irse rápido, pero lo que en verdad buscaba era que sus amigos escucharan el mensaje. Y así peleaba en misa, en catequesis y cuando el catequista quería hablar.

Hace un mes o poco más se acercó a unos de nosotros y nos manifestó una inquietud grande en su corazón: quería hacer su primera comunión. Y descubrimos que también había de hacer su bautismo. Y no le bastó hacerlo solo. Involucró a algunos de sus amigos y conformaron una pequeña comunidad de cinco muchachos que por iniciativa personal querían hacer sus sacramentos de iniciación cristiana. Entonces comenzamos el proceso.

En la primera catequesis la primera instrucción fue muy sencilla. Seño Paula, quien asumió llevar el proceso, les pidió hacer una cruz en el papel. Que agradable fue ver con cuanta pasión, con cuanto amor y dedicación le agregó tanto detalle a una “simple cruz”. Los demás lo molestaban con que se apurara y nada le hizo dejar de dibujar sus detalles.

El último domingo de septiembre celebramos el día del niño en el Oratorio. Su sonrisa en el rostro reflejaba la alegría que reinaba en su interior. Por más pequeña que fuera la actividad, la realizó entregándose completamente.

El sábado 6 de octubre, por la noche, nos llegó la ingrata noticia a eso de las diez de la noche. Por el ambiente en que vivía nunca pudo separarse de situaciones violentas y de la injusticia. Pasadas las siete de la noche, en la casa de su primo, dos hombres en motocicleta fueron a buscarlos y balearlos a quemarropa. Rogelio, primo de Alejandro, está hospitalizado en estado muy delicado. Nuestro Alejandro, injustamente, murió al instante.

Para Alejandro la vida no le duró ni diecisiete años. Una vez, platicando con él, él mismo nos lo dijo cuando le preguntamos por su futuro: “yo no creo llegar ni a los veintiuno”. Por eso su forma de vida tal vez no pensó tanto en angustiarse por el futuro, sino por disfrutar lo que hoy estaba haciendo.

En él podía verse cómo el Oratorio para él era casa, escuela, parroquia y patio. El sistema Preventivo en él produjo un cambio y la alegría con que gozaba cada domingo nos motivó a nosotros a cada día sentirnos llamados a colaborar en esa alegría y contagiarnos de lo que él habría descubierto.

Hoy lloramos su partida. Lloramos y repudiamos la forma en que murió. Pero nos alegramos por su triunfo. El anhelo que guardaba su corazón, por ser enteramente de Dios, Dios lo ha realizado. Se ha servido de la injusticia del hombre para manifestar su amor profundo a los que más ama. Ese hombre que cree que en su venganza salió triunfante, no ha visto la magnitud de su derrota: a Alejandro lo ha hecho eterno en el amor. Nosotros llevaremos su nombre en nuestros corazones y su alegría en nuestras venas. Nuevamente el amor de Dios ha vencido al odio. Nuevamente el Oratorio se ha hecho escuela de santidad.

Giuseppe Liano SDB (08/10/2012)

Compartir