dolares Una reciente película, con el título de Nebraska, narra la historia de un hombre de avanzada edad que cree haber ganado un millón de dólares. El pobre Woody ha intentado desde su juventud mitigar en el alcohol esa sensación de fracaso que ha acompañado su vida, debido a una mala relación familiar y a una constante frustración en su trabajo. 

Llevado por su ingenuidad y por crecientes síntomas de demencia senil, se empeña, con pertinaz obstinación, en ir a una ciudad lejana del estado de Nebraska a cobrar la suma que le ofrece un cupón de publicidad engañosa que le llegó por correo. Por más que familiares y amigos tratan por todos los medios de desengañarlo y hacerlo desistir de su vano intento, él se aferra a su cupón del millón de dólares como a la última tabla de salvación en el naufragio de una existencia que apunta a su ocaso. 

El filme, además de dirigir una crítica a esa clase de premios artificiosos que tanto se estilan en el país del norte, pone en evidencia la inútil pretensión de querer llenar el vacío de la vida con un golpe de fortuna monetario, como si el dinero fuera la solución a todos los problemas. 

En un reciente número de la revista Razón y Fe, hay un artículo que analiza la situación de la economía en el siglo XXI y pone al descubierto una tendencia que prevalece en la sociedad actual: la progresiva mercantilización de la vida humana. El mercado sigue la lógica del intercambio, en donde los bienes se tasan de acuerdo a un valor económico y se convierten así en mercancías. Ahora bien, lo que puede funcionar en relación con la producción de bienes para el consumo se convierte en un grave peligro cuando se traslada a campos ajenos a la economía, como lo son la actividad política y la vida familiar. Y eso es lo que lamentablemente se viene dando cada vez más. Las actuales formas de democracia se organizan en torno a los partidos políticos. Y éstos se interesan cada vez menos en proponer un proyecto de nación en función del bien común, como debería ser. Por el contrario, hacen consistir su participación en la política en una enorme maquinaria, para la cual requieren ingentes capitales que invierten en su estructura y en una propaganda desmedida, para después procurar resarcirse con creces y beneficiar durante su mandato a quienes los han financiado. 

La familia es, por naturaleza, una forma de sociedad caracterizada por la lógica del don y de la gratuidad. Debería ser el ámbito de las relaciones interpersonales estrechas, donde prevalece el afecto y la valoración de cada uno de sus miembros. Sin embargo, en la actualidad la familia se ve también afectada por la lógica mercantilista. Cada uno de los cónyuges espera recibir algo equivalente a lo que da, lo cual es muchas veces causa de fragilidad e inestabilidad en las parejas. Algo semejante puede ocurrir en el terreno de las amistades o en otras formas de asociacionismo: se espera una recompensa por el tiempo, el afecto, la energía que uno “invierte”. 

Hoy se hace necesario devolver a la economía su rostro humano y no convertirla en un ídolo al cual se sacrifican las relaciones humanas y la vida social. Como dice el papa Francisco: “¡El dinero debe servir y no gobernar!... Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano.” (Evangelii Gaudium 58) 

 

En la película que comentaba arriba, uno de los hijos, por pura compasión, acompaña a su padre Woody en ese viaje inútil a Nebraska con un billete que nunca cobrará. Paradójicamente, compartir en intimidad durante el largo recorrido provoca que ambos encuentren, en lugar del millón de dólares, un tesoro invaluable: el cariño que ambos habían guardado escondido por años en lo profundo de su corazón.

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