etica-1 Así titula Bernardo Kliksberg, economista y sociólogo argentino, uno de sus trabajos acerca de la realidad socioeconómica de América Latina. Según él, hay en el continente un agudo malestar por la forma en que los gobiernos han manejado la cosa pública, con las graves desigualdades que persisten y con todas las formas de corrupción que ha ido saliendo a luz. Ciudadanos cansados de padecer la manipulación y la demagogia están pasando a la indignación y la protesta.  

Es conocida la frase de Nicolás Maquiavelo, célebre escritor y político del Renacimiento: “El fin justifica los medios”. Dicha frase sintetiza toda una doctrina y una postura que lamentablemente ha influido marcadamente en la posteridad: la política desvinculada de la ética. Más tarde sucedería lo mismo con la economía: el lucro se erigió en el fin y el motor de la producción, en lugar del factor humano. 

Ante las graves consecuencias de tal desvinculación, sobre todo la gran desigualdad entre países ricos y pobres, los papas se dieron a la tarea de iluminar desde la fe cristiana los fenómenos sociales, políticos, económicos. Así ha ido surgiendo la llamada “doctrina social de la Iglesia”. 

Una constante en dichas orientaciones doctrinales ha sido la relevancia que los pontífices han dado al papel de la ética en la conducción de la política, la economía y en las relaciones sociales. Los distintos documentos resaltan con toda energía que tales actividades tienen como sujeto y protagonista al ser humano, y no son producto de fuerzas impersonales. Siendo actividades humanas, necesariamente caen bajo la esfera de la ética, ya que dependen de las decisiones de los sujetos involucrados.

Al respecto, no han faltado voces que rechazan la legitimidad del magisterio de la Iglesia a pronunciarse en tales campos de la vida humana, alegando que son ámbitos que no le conciernen a las instituciones religiosas. 

Es satisfactorio comprobar cómo hoy en día va surgiendo una corriente de prestigiosos pensadores e investigadores en el campo social que resaltan la importancia de los factores humanos y, por consiguiente, éticos, en el quehacer económico y político, para asegurar el desarrollo social. 

Joseph Stiglitz, prestigioso profesor de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, y ganador del Nobel de economía (2001), señala que en las políticas de desarrollo se han confundido los medios con los fines: la privatización y la liberalización comercial se tomaron como metas, olvidando que el fin último es el ser humano. Los índices de nutrición, salud, educación, libertad, participación, democracia, son los verdaderos parámetros del crecimiento social. 

Otro prestigioso economista, Amartya Sen, también premio Nobel de economía, señala: “Los valores éticos de los empresarios y los profesionales de un país (y otros actores sociales clave) son parte de sus recursos productivos”. 

Son muchos los sociólogos y economistas que coinciden hoy en aceptar que el verdadero desarrollo solo se da cuando se respetan las leyes, se transmite confianza en las relaciones humanas, políticas y comerciales, cuando funcionan los mecanismos anticorrupción y se promueve la calidad y credibilidad de las instituciones. En una palabra, cuando se valora a las personas por encima de los mecanismos productivos.

Es lo que la Iglesia ha estado enseñando desde hace más de un siglo: “La reducción de la cuestión del desarrollo a un problema exclusivamente técnico llevaría a vaciarlo de su verdadero contenido que es, en cambio, «la dignidad del hombre y de los pueblos»”. (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 563)    

La equidad es un valor de nuestra civilización; sin embargo, América Latina es la región más desigual de todo el planeta. El 10 por ciento más rico tiene 84 veces el ingreso del 10 por ciento más pobre.

 

La protección de la familia es un valor central, pero en los hechos la pobreza está destruyendo a diario numerosas familias, y madres solas están a cargo del 30 por ciento de los hogares en América Latina. Las tasas de mortalidad materna de esta región son cinco veces las del mundo desarrollado.

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