Es necesario hacer cosas juntos, demostrar de modo tangible amor, estima recíproca, reír y bromear, aprender a discutir, rezar, leer textos en voz alta. “Pero mamá, ¿tú nunca te diviertes?” Ante esta pregunta “se abrió la tierra bajo mis pies”, escribe Marta Brancatisano. “En aquel momento pensé que todo lo que estaba construyendo con esfuerzo, pero también con entusiasmo, no existía.

 

Mi empeño por hacer una familia, por tener una casa, por ser la compañera de mi esposo, por colaborar con otros proyectos que creía esenciales para el futuro de la humanidad eran todas cosas que no existían, invisibles y, por tanto, sin significado... Para mi hijo, en todo lo que hacía no había placer y, por tanto, no había sentido”.

Renovar los recursos familiares.


La entropía es una ley física que designa la “degradación progresiva y continua de un sistema o de una sociedad”, es decir, un decaimiento inexorable, si no se inyecta una nueva energía. Sucede en todos los campos. Y lo sabemos muy bien. Nuestro cuerpo, si lo descuidamos, enflaquece; un automóvil sin mantenimiento es inmediato candidato al desguace; una persona que pasa todo su tiempo libre delante del televisor, se idiotiza. Todas las cosas vivas y delicadas tienen necesidad de cuidados. La vida familiar no es una excepción. No es una máquina que funcione de cualquier modo. Requiere atención, esfuerzos, dedicación, empeño, sacrificio personal. Sin ese “combustible” empieza la lenta pero inexorable entropía familiar. Todo se vuelve gris, aburrido, pesado, frío, irritante.

 

La sabiduría de los antiguos expresaba todo esto con una pequeña historia.

Dos leñadores trabajaban en el mismo bosque cortando árboles. Los troncos eran imponentes, sólidos como piedra. Los dos leñadores blandían su hacha con idéntica fuerza, pero con una técnica diferente: el primero hería su árbol con increíble constancia, un golpe tras otro, sin parar más que poquísimos segundos para tomar aliento. El otro hacía una pausa cada hora de trabajo.

A la puesta del sol, el primer leñador había llegado a la mitad de su árbol. Había sudado sangre y sus músculos estaban hechos pedazos: no habría resistido ni cinco minutos más. El segundo, increíblemente, había llegado al final de su tronco. ¡Y, sin embargo, habían comenzado al mismo tiempo y los dos árboles eran iguales! El primer leñador no lograba entender aquello.

“¡No entiendo nada! ¿Cómo has llegado al final tan deprisa si te parabas todas las horas?
El otro sonrió: “Has visto que me paraba cada hora. Pero no has visto que aprovechaba la pausa para afilar mi hacha”.

Igual que el leñador sabio, debemos “afilar” periódicamente los recursos familiares. Es importante, para cada familia, encontrar el tiempo para regenerarse según las cuatro dimensiones esenciales de la vida: física, afectiva, mental, espiritual. Precisamente porque la familia es un organismo vivo.

Pinceladas de antioxidante

Es necesario hacer cosas juntos, demostrar de modo tangible amor, estima recíproca, reír y bromear, aprender a discutir, rezar, leer textos en voz alta. Lo esencial es estar juntos. Estos “ejercicios” de felicidad funcionan como antioxidantes y permiten a la familia reforzar los lazos, regenerarse, ponerse en forma. La vida cotidiana ofrece muchas posibilidades. Basta aprovecharlas. He aquí algunos ejemplos:

  • Las comidas en familia. Para hablar al corazón, al espíritu, al alma de alguien, alguna vez hay que empezar por el estómago. Cuando la comida es estimulante, alegre y preparada con amor, encontrarse alrededor de la mesa se convierte en un verdadero placer. En muchas familias la comida está llena de pequeñas tradiciones, casi de rituales, que la convierten en algo muy especial. “Mi padre tenía una maravillosa técnica educativa. Fabulosa. No permitía nunca que alguno se levantase de la mesa si antes no le había dicho algo nuevo que había aprendido aquel día”, recuerda Leo Buscaglia.

 

  • Las vacaciones vividas juntos pueden aportar a la familia un sentimiento de gran estabilidad y gran unidad: producen con frecuencia recuerdos que florecerán para siempre en el jardín del corazón.

 

  • Los cumpleaños son una ocasión maravillosa para expresar amor y estima a los familiares, para darles las gracias por existir y por formar parte de la familia. Son los momentos benditos en los que se celebra el vínculo que une a todos.

 

  • Las fiestas compartidas sirven para renovar sentimientos de identidad y para consolidar las relaciones, también con los parientes más lejanos.

 

  • Aprender juntos, intercambiar lecturas, discutir películas o programas de televisión, participar en actos culturales... Son actividades que constituyen una fuente de renovación mental y afectiva.

 

  • Rezar juntos, leer algún pasaje de la biblia, pasar algunos ratos unidos en una actitud auténticamente espiritual, así como comprometerse juntos en asociaciones o en la parroquia son piedras importantísimas para la construcción de la unidad familiar y, además, de la fe de cada uno.

 

  • Es importante hacer juntos todos los trabajos necesarios en una casa, pues es una de las actividades que unen a los miembros de la familia. Pero sigue siendo esencial divertirse en compañía, pasar momentos bonitos, sentirse de verdad bien en la familia. Un clima de alegría, de buen humor, de acogida serena puede cicatrizar todas las heridas de una jornada que ha salido mal; llenar de ánimo, de esperanza, de bellísimos recuerdos toda la vida.

Leer más:

Compartir