La Iglesia está llamada a moverse en el mundo y desarrollar una misión como la de Don Bosco, donde la vitalidad juvenil y la compasión por quien es pobre y sufre están siempre presentes.
Don Bosco fue capaz de involucrar a muchas personas, convirtiéndolas en protagonistas activas y emprendedoras del mismo sueño de salvación para los jóvenes.
Desde Don Bosco hasta nuestros días reconocemos una tradición de santidad a la que merece la pena prestar atención por ser encarnación del carisma que surgió con él y que se ha ido manifestando en una gran pluralidad de estados de vida y de formas.
Sabemos cómo Don Bosco, al comienzo del Oratorio, después de pensar y repensar cómo salir de las dificultades, fue a hablarlo con su párroco de Castelnuovo, explicándole sus necesidades y temores. “¡Tienes a tu madre! - respondió el párroco sin dudarlo un instante – haz que te acompañe a Turín».
Nació en Milán el 3 de febrero de 1913. Desde muy joven se distinguió por su gran pasión por el oratorio salesiano de San Agustín y, ya a los dieciocho años, por su dedicación a los jóvenes que lo frecuentaban.