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Padre Eduardo Castro, sdb, con la misma pasión que Don Bosco por la salvación de los jóvenes. Dios suscita en muchos de sus hijos llevar a cabo un proyecto de vida en la entrega de su ser y de su hacer en el servicio de la salvación de las almas. Es así como en esta ocasión, traemos para ti, el testimonio del sacerdote salesiano P. Eduardo Castro, para contarte parte de su vida.

– Padre Castro, cuéntenos algo de usted en relación a su familia y a su patria:
Perfecto; bueno, mi nombre es Eduardo Antonio Castro Chilín; nací en Santa Ana, El Salvador el 1 de febrero del año 1935; mi padre era Víctor Eliseo Castro Ávila, salvadoreño, y mi madre era Abelina del Rosario Chilín Ochoa, guatemalteca. Soy el tercer hijo de ocho hermanos, siendo tres hombre y cinco mujeres.

– ¿Cómo fue el proceso para optar por Cristo a través del carisma de San Juan Bosco?
Cuando era niño, mi mamá estaba enseñándome estampitas religiosas que guardaba en un cofrecito; cuando me enseñó la de Don Bosco, yo estiré mi mano para tomarla, y ella me dijo: “cuidado, esta estampa es de Don Bosco”; esa imagen quedó grabada en mi mente siempre. Cuando empecé a estudiar en tercer grado en la escuela San Juan Bosco, me invitaron a ser monaguillo para celebrar la Misa; me aprendí todas las respuestas que se decían, todas en latín. Llegaron unos sacerdotes vicentinos de Guatemala y vieron que yo dominaba las palabras que pronunciaba durante la Misa y me dijeron que cuando saliera del sexto grado entonces me vendrían a llevar. Al estar en cuarto grado, llegó otro padre, un salesiano, y me preguntó qué era lo que yo quería ser cuando fuera grande, yo le respondí que Padre; le dije que cuando terminara sexto grado me iba a ir con unos padres vicentinos; él me dijo: “no”, vente conmigo al terminar el año. Mientras estaba de vacaciones, fui requerido por un padre salesiano para que ingresara a la formación. De esa forma, en noviembre de 1947 ingreso al “aspirantando salesiano” en Santa Ana (El Salvador), allí estudié por dos años, luego fui a Ayagualo (también en El Salvador) a estudiar: un año de preparatoria, cinco años de latín, un año de noviciado, tres años de filosofía, tres años de tirocinio y cuatro años de teología; así, el 5 de abril de 1964 fui ordenado sacerdote salesiano.

– ¿Qué hizo despertar en usted el deseo de ser sacerdote salesiano?
Bueno, desde niño sentí una inclinación a la vida sacerdotal gracias las prácticas de piedad que me inculcó mi mamá desde niño. Luego, la figura de Don Bosco, porque en él encontré la figura del Señor. Siempre trabajé con jóvenes desde niño, dando clases a aquellos que no sabían nada de la sana doctrina de la Iglesia. La espiritualidad oblativa ha afianzado mi vocación, es decir, ofrecer todo lo que soy y todo lo que hago al Señor independientemente de las dificultades, porque de que las hay, las hay, y de todo tipo, pero nunca le dije no al Señor, porque una vocación que no es probada, no es vocación.

– ¿Cuál es tu frase Vocacional?
Non nobis Domine non nobis sed nomini tuo dat gloriam.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino para ti la gloria. (Salmo 115, 1)

– ¿Qué les diría a los jóvenes que experimentan una inquietud vocacional para ser sacerdote?
La vocación es un tesoro, pues es el Señor que llama y que no hay que temer, pues Dios da la gracia. Es necesario aventarse, ser valientes; y una vez que digan sí, no le digan al Señor que no, y menos en las dificultades, porque vocación que no es probada, no sirve.

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