- Por Pascual Chávez Villanueva /
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La bienaventuranza de los pequeños
La vocación de una Hija de María Auxiliadora
Es María Auxiliadora quien desde el primer encuentro marca la historia vocacional de Eusebia, como ella misma narra: "Un domingo en que salíamos de la iglesia de los jesuitas (la famosa Iglesia de la Clerecía en Salamanca) adonde habíamos ido a oír un sermón con muchas otras chicas, vi pasar una procesión y pregunté qué procesión era. Me dijeron que era María Auxiliadora que salía de la casa de los salesianos. Entonces esperé para verla. Cuando llegó al sitio donde yo estaba, la colocaron delante mío y al ver a María Auxiliadora yo me sentí atraída hacia ella. Me puse de rodillas y con mucho fervor le dije: "Tú sabes, Madre mía, que lo que yo deseo es agradarte, ser siempre tuya y hacerme santa". Y eso lo dije con tanto fervor que las lágrimas corrían por mis mejillas.
- Por Pascual Chávez Villanueva /
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Un dato histórico, confirmado por los cuatro evangelistas, es que, desde el comienzo de su actividad evangelizadora (cfr. MC 1, 14-15), Jesús llamó a algunos a seguirle (cfr. Mc 1, 16-20). Sus primeros discípulos se convirtieron así en “compañeros por todo el tiempo en el que Jesús ha vivido entre nosotros, comenzando por el bautismo de Juan hasta el día en el que, estando con nosotros, ha ascendido al cielo” (Hch 1, 21-22).
Evangelización y vocación son, pues, dos elementos inseparables. Incluso podríamos decir que un criterio de autenticidad para una buena evangelización es la capacidad de ésta para suscitar vocaciones, para madurar proyectos de vida evangélica, para implicar enteramente la persona de los que son evangelizados hasta hacer de ellos discípulos y apóstoles.
- Por Pascual Chávez Villanueva /
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En esta sencilla reflexión contemplamos la Pasión y la Muerte de Jesús, que, unida a su Resurrección, constituye el centro de nuestra fe.
Ante todo, su certidumbre histórica. No sólo porque aparece en todos los evangelios y en los demás libros del Nuevo Testamento, al grado de que alguien ha definido los evangelios “relatos de la Pasión de Jesús, precedidos por una larga introducción”; sino también porque, como afirma un filósofo no creyente, Ernst Bloch, “el nacimiento en una gruta, y la muerte en una cruz no son cosas que se inventan”: a nadie le gustaría decir algo semejante acerca del Fundador de su religión, si no fuera auténticamente real.
Sin embargo, más allá de esta certeza histórica, la pregunta que los cristianos nos hemos hecho a lo largo de veinte siglos de la historia de la Iglesia, es inevitable: ¿Por qué murió Jesús, el Hijo de Dios, en la Cruz?
A esta pregunta fundamental, la Revelación bíblica en el Nuevo Testamento nos ofrece una respuesta que puede parecer, a primera vista, incómoda e incluso desconcertante.
- Por Pascual Chávez Villanueva /
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En el evangelio de san Mateo, el primer discurso de Jesús, en el que presenta la predicación programática del Reino de Dios, comienza con una palabra que va dirigida a lo más profundo de la mente y del corazón de sus oyentes y de todo hombre y mujer en el mundo: “felices... felices... felices”: una palabra que se repite nueve veces. Se trata de las así llamadas “bienaventuranzas”.
El anuncio del Reino consiste pues, en primer lugar, en una promesa de felicidad de parte de Dios, nuestro Padre. No se trata de un código moral, o del “nuevo decálogo”, que sustituiría al de Moisés. Como escribí en una carta al principio de mi mandato como Rector Mayor, “todo está unificado por la centralidad del Reino: por ello, ha sido llamada ‘la carta magna de la proclamación del Reino’. Un reino donde la paternidad de Dios no se caracteriza por su dominio, sino al contrario: su dominio se determina por su paternidad, de modo que en el ‘Reino de los cielos’ no hay esclavos ni siquiera siervos, sino hijos” (ACG 384, p. 24).
- Por P. Heriberto Herrera, SDB /
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El transcurso de nuestra vida está jalonado por el calendario. En éste se van marcando los eventos, grandes o pequeños, de nuestro peregrinar. Es como un mapa que nos guía y da sentido a lo que, de lo contrario, podría ser una monotonía soporífera. Abrir la primera página del calendario es como empezar de nuevo la aventura de vivir. Nos esperan acontecimientos festivos, tareas por realizar, proyectos soñados o la rutina diaria cargada de esperanza.
- Por Hno. Víctor Barrios, SDB /
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Un hermano entró, como buen salesiano, a hacer su visita al Santísimo en la cripta del colegio. Se percató de que, justo delante del sagrario, había algo extraño. Se acercó y vio que había un pequeño pan. Automáticamente pensó en la famosa película de "Marcelino pan y vino” y en el gesto que el protagonista tenía con Jesús. El hecho llegó a oídos del equipo de pastoral y de la comunidad salesiana y supusimos que este curioso detalle venía de parte de algún niño que estaba preparándose para su primera comunión, puesto que les habían proyectado algunas escenas de dicha película.
- Por P. Heriberto Herrera, SDB /
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Sería lamentable que desperdiciáramos nuestros preciosos días enredados en estrechos y miopes horizontes que nos impidan enriquecernos con las inconmensurables riquezas de vida que nos ofrece Jesús. Si nos concentramos en intentar evitar el mal lamentando perder la oportunidad de saborear la fruta prohibida, nuestra experiencia vital será mezquina. Consecuencia: una bondad raquítica, lastimera, resignada, envidiando a los malos, que se lo pasan a lo grande disfrutando a sus anchas de cuanto la vida fácil ofrece.