Como Jesús a Zaqueo,
Don Bosco lo llamó
cuando estaba subido en un árbol.
Sonó su teléfono celular mientras comía naranjas mandarinas subido a un árbol. Henry acababa de terminar la primaria y, según él, su oportunidad de estudiar se había cerrado. Vivía en un pequeño caserío rural en el municipio de Huizúcar, en El Salvador.
Reconoció inmediatamente la voz de quien llamaba. Su amigo el padre salesiano Mauricio Dada le daba la buena noticia de que la Fundación Simán le otorgaba una beca para continuar sus estudios en la Ciudad de los Niños, en las afueras de la ciudad de Santa Ana. Su cielo interior se abrió.
La Ciudad de los Niños era, en ese entonces, un internado para niños y jóvenes muy pobres o con conflictos familiares. Los salesianos se encargaban de la animación pastoral educativa y el gobierno proveía los fondos. Al llegar a la Ciudad de los Niños, por poco todo se le derrumba: la matrícula estaba cerrada y no había más inscripciones. Al padre Séttimo Rossoni le llegó la infortunada noticia. Sin miramientos y saltándose las normas, ordenó qué Henry fuera admitido. Por tres años encontró allí la mano amiga de Don Bosco en los sacerdotes salesianos Séttimo Rossoni, Florindo Rossi y Luis Ángel Gómez. Allí vivió Henry tres años a la sombra afectuosa de Don Bosco.
Terminada su estancia en la Ciudad de los Niños, Henry ya le había hallado gusto al estudio. Su salto adelante sería estudiar bachillerato en un instituto público. Pero Don Bosco no lo perdía de vista. Es nuevamente el p. Dada quien lo llama por teléfono: Que hay una nueva beca para bachillerato en el Colegio Santa Cecilia.
A Henry se le encogió el corazón. ¿Cómo él, tan pobre, iba a estudiar con jóvenes de clase media? Pero la presión salesiana fue mayor que sus titubeos.
El Colegio Santa Cecilia, primera obra salesiana en Centro América, es un enorme centro de estudios que ofrece educación general y bachillerato técnico. Henry optó por el bachillerato en informática e inglés.
Los temores de Henry se disiparon de inmediato. Con facilidad trabó amistad con sus compañeros de curso, quienes hasta lo invitaban a sus casas a comer. Todavía recuerda con fruición el ambiente absorbente del colegio: estudios serios, campos deportivos de futbol y basquetbol, piscina, festivales culturales, religiosos y salesianos. Todo en un ambiente de camaradería.
Con el título de bachiller en el bolsillo se inscribe en una universidad católica donde se gradúa en licenciatura en enfermería. Don Bosco no lo suelta. Como enfermero, los salesianos de Santa Ana lo contratan para que asista a un coadjutor salesiano anciano y enfermo, don Demetrio Marroquín. Poco después, los salesianos abren en la Parroquia María Auxiliadora, San Salvador, una enfermería bien dotada para la atención de salesianos mayores. Don Demetrio debe ser trasladado allí. Henry es delegado para acompañarlo. Al verlo llegar con don Demetrio, inmediatamente los salesianos de esa parroquia le proponen trabajar en este nuevo centro de salud.
Henry recuerda conmovido el gran corazón del P. Mauricio Dada y de los otros salesianos que fue encontrando en el camino de su vida.
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