timidez... “Hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene”. La frase es atribuida a José Martí y yo creo que tenía toda la razón.

Todas las madres –o al menos la mayoría-  tenemos la mirada más subjetiva, parcial y sesgada sobre nuestros hijos. Con frecuencia, o cuando lo considero necesario, yo misma le digo a mi Gabriel que lo amo sin condiciones, sin importar lo que haga, incluso cuando estamos enojados. Pero también me siento obligada a decirle que eso no le da permiso para lastimarme a mí o a nadie más. Y espero que lo tenga claro.

 

Pero lo que quiero comentar hoy está más ligado a esa condición de individualidad o de particularidad que hay en cada niño o niña y que los hace únicos y bellos, por supuesto. Las madres lo podemos reconocer e identificar rápidamente, pero parece que a medida que los hijos se alejan de casa deben encajar en un ideal preconcebido sobre qué deben ser y cómo deben comportarse.

 

Pareciera que los adultos queremos que los niños no sean tales y que vayan siempre sentados, estén calladitos, no pregunten lo que les inquieta, no digan lo primero que piensan y, por sobre todas las anteriores, que no se les ocurra enojarse y demostrarlo en público y mucho menos tener miedos. Si hacen todo lo anterior tienen malacrianza, son irrespetuosos, egoístas y no sé cuántas cosas más. No estoy diciendo que no hay que educarlos bajo las virtudes del respeto, compartir, amor, compasión, tolerancia y responsabilidad, como ejemplos de una larga lista, pero me repito a mi misma cuando lo necesito que ellos apenas están aprendiendo y, además, no vengamos con prepotencias de adultos que a muchos de nosotros todavía nos cuestan esas virtudes y somos hasta incapaces de practicarlas.

 

Mi hijo tiene 5 años y cuando en el colegio hacen una celebración y llevan a un personaje de la pizza disfrazado de perrito, él sale corriendo en sentido contrario porque no le gustan los disfraces, en una fiesta también les teme a los payasos y ni hablar sobre la idea de someterse a las porras de la multitud para sacar a bastonazos los dulces de una piñata. Llora en casa desde una noche antes cuando al día siguiente le toca natación en el cole porque él no quiere tirarse a la piscina: le da miedo hundirse. Según sus palabras “la piscina no tiene suelo” y él se irá hasta el fondo y no podrá salir. Alguna vez ha hecho sentir un poco de vergüenza a su papá porque en alguna visita a la oficina ha optado por contestar de espaldas los saludos de los amigos del trabajo, debido a su timidez.

 

Si a Gabriel le cuento que vamos a un lugar donde hay muchas personas que no conocemos se siente ansioso, pero cuando le digo que si tiene pena puede quedarse conmigo, se anima un poco más y, si ya en el lugar comenzamos a practicar el saludo con las personas conocidas, se siente más cómodo aunque esté la mayor parte del tiempo junto a mí.

 

Él es así, le intimidan las multitudes y se siente más cómodo con los extraños cuando se acurrucan a su altura para hablarle, no usan voz chillona y le respetan su timidez. Prueba de eso es su amiga Ale. Ella trabaja en el colegio donde él estudia y, además de ser una adulta, es una mujer de alta estatura. Gabriel no le huyó y la primera vez que la conoció me dijo que quería invitarla a casa y luego él mismo la invitó a “un café”, en una clara imitación de confianza que observa entre los adultos que lo rodeamos.

 

En el trabajo conozco a otra mamá que le pasa igual con su hijo y ambas nos animamos a no ceder a la presión social que hay sobre los chicos para que dejen de ser como son y hagan cosas que no les gustan y les aterran. Si tenemos claras las líneas de consideración a su individualidad y a la crianza con respeto les ayudaremos a sentirse más cómodos consigo mismos, más seguros, se irán soltando con confianza y respondiendo mejor a los estándares sociales de cortesía y demás. Eso nos hará más difícil el trabajo a las mamás, pero es que para eso estamos. Quien imagine que criar hombres y mujeres de bien es trabajo fácil, mejor que repiense el asunto porque con esta tarea ya en marcha no vale hacerse a un lado, se trata de avanzar.

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