Estan aprendiendo a hacer el bien

Lorena, Brasil, julio 2013.- Luego de horas interminables sentado en la incomodidad del asiento de en medio del avión, llegué más cansado que emocionado a la ciudad de Lorena, Brasil. Todo para poder asistir a la Jornada Mundial de la Juventud, que se llevará a cabo en Río de Janeiro. Sin embargo, mi grupo de salesianos y yo, llegamos una semana antes para poder participar en la pre-jornada, en la cual podríamos visitar oratorios y convivir por siete días con las comunidades que los rodean.

 

Vi llegar la fecha del viaje con más indiferencia que alegría. Sin contar, por supuesto, con esas benditas turbulencias intensas que hacen bailar al avión a 10 mil pies de altura y que lo hacen a uno reírse con el compañero de asiento -más con mueca que con sonrisa- solo para disimular el miedo. 

Pero mi apatía se anclaba fuertemente en el aspecto material: el gasto para el viaje superaba,  por mucho, la prudencia y el ahorro que hay que tener en estos dorados tiempos. Por lo que, cuando arribé al aeropuerto en Brasil, no me sentía particularmente alegre. Más bien preocupado. Y era una preocupación lógica, sensata. A pesar de ser creyente, de haber recibido una formación católica constante, a pesar de haber experimentado en carne propia la acción de Dios en mi vida; no podía evitar dejar que mis angustias económicas sacudieran mi fe. 

Por eso, creo entender muy bien a las personas que en Brasil protestan por la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud: sus angustias y reclamos son también sensatos, lógicos. Ellos sienten que se trata de un gasto innecesario, de una actividad exclusiva de los creyentes, que no les atañe en lo más mínimo; antes bien, les acarrea incomodidad, molestias que no han pedido ni necesitan. Todo eso es comprensible y hasta cierto punto verdadero. 

Lo que no saben ellos, y lo que jamás podremos explicarles, es lo mismo que hizo que mi apatía inicial se transformara en la alegría más desbordante que he  sentido hasta ahora. 

Está en los jóvenes, en su espiritualidad. Está en esas vidas que esta semana se llenaron de energía al sentirse parte de esta familia tan grande que es la Iglesia. Porque en esta semana de pre-jornada, cuando conviví con las muchachas y muchachos brasileños en sus oratorios, cuando los vi unirse a otros jóvenes de diferentes nacionalidades para llevar la palabra a otras personas; cuando los vi superar, de maneras asombrosas, las diferencias idiomáticas para jugar, cantar y rezar, yo también entré en esa fantástica sintonía. Es sorprendente ver a esta representación del mundo convivir en armonía, a pesar de pertenecer a culturas tan diferentes. 

Pero no es solo esta idea, casi ¨romántica¨, del amor fraterno mundial que se vive entre estos jóvenes lo que justifica la Jornada Mundial. Después de todo, se entiende que estamos en un ambiente seguro y tranquilo, donde todos presentan su mejor forma de ser, y los conflictos posibles nunca son serios. No se trata de eso.  

Lo que justifica la jornada, a mi parecer, es que todos estos jóvenes están viviendo una experiencia que marcará sus vidas de forma positiva. Reciben y transmiten mensajes que hablan de paz; se motivan naturalmente a que pueden hacer una diferencia real para cambiar el mundo por uno mejor. En esa misma línea, entienden que es justamente su responsabilidad generar esos cambios. En pocas palabras: están aprendiendo a hacer el bien. 

¿No se quejan las personas de que la juventud actual está muy viciada? ¿No se entablan eternas discusiones acerca de la violencia y la falta de moral  que la misma sociedad va imprimiendo a sus nuevas generaciones a través del mal ejemplo y los medios de comunicación? Entonces, cuando aparece un evento cuyo objetivo principal es promover valores entre los jóvenes, impulsarlos a ser mejores y hacerlos conscientes de su importancia  para cambiar el mundo, ¡ahí es que protestamos! 

Las personas que protestan solo ven en la Jornada Mundial de la Juventud una preocupación monetaria, casi técnica. Tendrían que haber estado aquí, entre los jóvenes. Tendrían que haber sentido esa energía de bien que se ha descargado en los corazones de todos los que estuvimos en esta pre-jornada y que desde ya genera cambios positivos en el entorno de cada joven. Es un concepto tan intangible pero con un valor tan alto, que si la gente pudiera abrir su corazón a él, lo entenderían inmediatamente y dejarían de quejarse. 

JAP (1)

 

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