La alegría de servir al Señor. Las historias de los misioneros me han siempre fascinado. Su capacidad de donarse enteramente, de llevar la fe como regalo a tantos y el amor ardiente que en ellos vemos, son para mí un modelo de nuestra consagración a Dios. Por eso, desde que entré en la Congregación, me he preguntado ¿por qué no puedo ser como ellos? Y cada vez que me lo preguntaba, sentía como en el corazón se me encendía aún más la llama del deseo por donarme como ellos a las misiones.


Después de algunas experiencias misioneras en Guatemala, presenté esta duda a mi director espiritual, a mi confesor y sobre todo a los misioneros que un día tuvieron la misma inquietud y hoy son quienes llevan adelante el carisma en nuestra inspectoría. Y en todo esto rezaba delante del sagrario o con el rosario en mano, pidiendo al Señor la claridad en su llamada, el valor para responderle y el amor para hacerlo vida.
La respuesta que más me impresiono fue la del padre Checchi. Él, sonriente como siempre, me dijo: “hermanito, si ya dejaste tu vida en las manos de Dios, gózate sus sueños. Déjate guiar, déjate llevar a los muchachos que Él ha pensado para ti y ama su voz, ama eso que ha soñado para tu vida. Te aseguro que serás feliz confiándote solo a Él.”
Algunos hermanos, lógicamente, me cuestionaban ¿por qué ir afuera si aquí tenemos tanto trabajo por hacer? Es cierto, hay tanto por hacer. Pero es también cierto que la congregación en el mundo es una sola y que los jóvenes nos esperan en todos lados y los hermanos también. Si la viña es del Señor, Él sabrá cómo distribuir a sus trabajadores. A nosotros nos corresponde hacer lo que Él nos pide, con el amor que Él mismo nos dona y donde Él nos envía, donde Él nos quiere. Y luego pienso: si los primeros salesianos no hubiesen arriesgado eso que tenían, por ir más allá, ¿cómo habríamos conocido nosotros a Dios, a don Bosco y nuestra vocación?
Motivado por el deseo de servir al Señor, me puse a disposición del encargado y en el 2015 fui enviado a Albania y Kosovo. Allí me encontré con una realidad totalmente inesperada. Acostumbrado a pensar en las misiones con iglesias llenas de creyentes, no imaginaba llegar a un pueblo totalmente musulmán, a compartir la alegría de ser misionero con dos hermanos y 18 católicos.
La primera dificultad fue la de renunciar a la idea que tenía de las misiones y entender eso que el Señor me estaba regalando. Agregado a la dificultad del idioma y mi ignorancia del islamismo, me encontré delante a un hermoso reto que solo mis hermanos y los muchachos me ayudaron a entender y llevar a cabo. Y cuánto gozo encontré en dejarme sorprender por la presencia de Dios en los muchachos. Sus preguntas, nuestras discusiones la manera en que nos dispusimos a dialogar, a escucharnos unos a otros, son hoy la alegría de mi corazón, mi gracias a Dios por la vocación misionera. Pienso que así será siempre, que el regalo de ser misionero serán los jóvenes y nuestros hermanos.
Creo que ser misionero es parte de nuestro ADN salesiano. Del salir a las calles a encontrar a los muchachos, al salir del propio país por amor a Dios, nuestra vocación se enriquece tanto y se vive en plenitud cuando hacemos del sueño de Dios nuestro sueño, de sus jóvenes nuestros muchachos, de su llamada nuestra vida. Por eso, si Dios te quiere misionero, déjate guiar solo por su amor y ve donde sus jóvenes te esperan: te aseguro que no habrá una alegría más grande en tu vida.

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