Santidad salesiana 1 400pxEl padre Titus Zeman nació el 4 de febrero de 1915 en Vajnory, Eslovaquia. Fue el primero de diez hijos de Juan Zeman y de Inés Grebeciová. Creció en una familia donde todos los hijos eran educados en la fe; por eso no es de maravillarse si a los diez años soñaba en querer convertirse en sacerdote.

Nadie logró hacerlo cambiar de idea. Ni siquiera el padre Bokor, quien lo interrogó antes de aceptarlo en la casa salesiana de Šaštín. Siguiendo la sugerencia de los padres, muy pobres, le dijo que él era demasiado joven todavía y que, entrando con los salesianos, no tendría cerca a su mamá y le sería imposible llorar, incluso cuando se sintiese triste.


El pequeño Tito le respondió: — ¿Por qué dicen que aquí no tendré cerca a mi mamá? Tiene razón, mi mamá terrena no estará aquí presente, pero cercana a mí estará María Auxiliadora, a la cual le he prometido, cuando fui curado, venir donde ella, quien me tomará bajo su cuidado y me protegerá. No lloraré, porque aquí tendré a mi madre celeste.


Entonces el padre Bokor desistió y dijo: — A este muchacho no logro hacerlo cambiar de idea. Tiene vocación. Es la voluntad del Señor, contra la cual no tiene sentido luchar.
Y así, nada impidió al joven Tito seguir la vocación de consagrado-sacerdote.


El 23 de junio de 1940 llegó a la meta deseada de la consagración sacerdotal. Celebró la primera misa en su ciudad natal el 4 de agosto de 1940.


Después de los estudios en Italia, regresó a Eslovaquia para trabajar con los jóvenes, tal como había soñado desde niño. Su primera casa salesiana fue el oratorio salesiano de Bratislava - Mileticova.
En la noche del 13 al 14 de abril de 1950, el régimen comunista prohibió en Checoslovaquia las órdenes religiosas, ocupó con sus milicianos los conventos y las casas de religiosos, deportando a los consagrados a campos de concentración.


La Iglesia es perseguida. No puede haber vocaciones. Titus Zeman decide salvar a las vocaciones religiosas y diocesanas. Pone en práctica un plan de salvación: llevarlas, en secreto, desde Eslovaquia a Turín, pasando por Austria (controlada, en parte, por los rusos). La idea era que se prepararan para volver a la patria cuando cayera el régimen comunista. Titus consiguió completar la travesía dos veces. A la tercera fue detenido (abril de 1951).


Comienza entonces un largo vía crucis. Le acusan de espionaje y alta traición. Le quieren condenar a muerte, pero tienen miedo de que la gente lo convierta en mártir. A cambio se le castiga a perder todos los derechos civiles y lo condenan a 25 años de trabajos forzados. Uno de ellos consistió en trabajar a mano con el uranio radioactivo. A los 13 años de condena el régimen lo sacó de la prisión, pero con control policial.


Fue vigilado e impedido de desempeñar plenamente su vocación salesiana. A pesar de esto, es un ejemplo y modelo de pastor, capaz de gastar la propia vida por aquellos jóvenes que en lo profundo del corazón y también en la vida social estaban impedidos de seguir a Cristo más de cerca.


Sufría mucho al no poder desempeñar su servicio sacerdotal en público como salesiano. Por esto se dedicaba a las actividades de las cuales pensaba que nadie lo denunciaría y de las cuales no podía ser incriminado: la mayor parte del tiempo la dedicaba a los niños, y los llevaba en peregrinación a los santuarios marianos de Šaštín y Marianka.


Eventualmente, al inicio de 1968, recibió permiso estatal para celebrar la eucaristía y ejercitar el sacerdocio públicamente.
Murió en enero de 1969.


En 1991, tras la caída del Muro de Berlín, fue proclamado inocente. Fue reconocido como mártir el 27 de febrero de 2017 y beatificado en Bratislava el 30 de septiembre del mismo año por mandato del Papa Francisco.


“Aunque perdiera mi vida, no sería en vano, si por lo menos uno de los que ayudé, se convirtiera en sacerdote”.

 

Declaraciones de Tito Zeman durante el interrogatorio del juicio:
En conciencia, no me siento culpable. Todo aquello de lo que he sido acusado lo he hecho por amor a la Iglesia y, en modo especial, por amor a la congregación salesiana, a la cual agradezco por todo lo que soy. He sentido la necesidad de hacer pasar clandestinamente hacia el occidente a los sacerdotes, a los que se les ha impedido desarrollar su ministerio. Haber ayudado a los jóvenes hermanos salesianos a ir a Italia para terminar los estudios teológicos, lo he considerado como una misión, dado que aquí en la patria las casas religiosas han sido cerradas, y ellos no podían convertirse en religiosos sacerdotes. Mi conciencia no me reprocha nada. Estoy contento.

 

Su amigo de prisión, José Lyžica, lo recuerda así: Don Tito era un sacerdote y yo un no creyente, pero me inclino profundamente ante la honestidad y el sacrificio de este hombre.
Fue siempre un ejemplo, no sólo para mí sino para todos los detenidos, porque cada día cumplía el 180 o 190% de su cuota con el fin de ayudar a los encarcelados que no tenían la fuerza suficiente para cubrir la propia cuota impuesta y que por eso no recibían su ración de alimento.



 

 

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